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domingo, 25 de agosto de 2013

Diario del estío (XLIX)




El afilador, de Francisco de Goya
Domingo placentero
Voy temprano al huerto a por tomates, ya los hay en abundancia, parece que este año van escapado a la nueva plaga. Traigo el primer cubo de pera para la conserva, y como unos diez kilos de morunos, incluidos los pata negra de La Siberia, están riquísimos aliñados con un  poco de sal y aceite de oliva.
Repaso las matas del melonar y me llevo la sorpresa de que hay algunos rajados. No han madurado, no están todavía en su punto y la corteza se rompe longitudinalmente. Algunos se pueden aprovechar, pero otros ya no valen para nada. Creo que es un problema de exceso de humedad, así que a cada uno de los sanos, les pongo algo de paja seca en la cama, la parte que está en contacto con el suelo, para aislarles algo y que así resistan y lleguen a la madurez óptima. Espero que la operación dé resultado.
Vuelvo a casa y preparo el género como si me fuera a la plaza a venderlo. Lavo, clasifico y coloco los tomates morunos en cajas freseras de madera. Los de pera también los lavo y aparto para en unos días hacer la primera tanda de conserva. Los dos o tres melones aprovechables los saneo, quito las partes dañadas, les pongo film retráctil y a la nevera que ya no tiene hueco utilizable. El cajón de la verdura está hasta arriba de pepinos y tomates, y el resto de bandejas ocupadas.
A esa hora de la mañana en la calle hay pocos ruidos y movimiento. A lo lejos se empieza a oír la decauvi del chatarrero que se aproxima lentamente, y que a la voz de el chatarrera, el chatarrera, repetido una y mil veces por el megáfono que lleva, todos los domingos se juega el tipo, ya que a esas horas tempranas a nadie le gusta le toquen las narices de esa forma. Me pongo a imitarle y me descojono yo solo de la risa. Al final consigo darle casi el mismo tono y entonación.
El gitano chatarrero me trae a la memoria oficios ambulantes que todavía persisten como el antiguo de los afiladores que siguen viniendo con el soniquete de la pequeña flauta de plástico como silbato, que llaman chiflo, y que al ser soplada, hace sonar sus tonalidades consecutivas, de grave a agudas y viceversa. Antes venían en bici o motocicleta, cuyos pedales o motor hacían funcionar la rueda de amolar. Ahora lo hacen en pequeñas furgonetas. O el de tapicero que te ofrece el servicio a la puerta de tu casa, para revestir todo tipo de muebles, sofás, butacones, descalzadoras, etc. O el reparador de tejados y humedades, que te instala aislantes bajo teja y canalones fabricados en todo tipo de materiales. Puede usted pedir presupuesto sin compromiso alguno.
Otros oficios ambulantes de los que me acuerde han desaparecido en el plazo de algo más de treinta años, pero queda el recuerdo de sus cantinelas. Es el caso de los vendedores bolañegos de Ciudad Real que vendían en determinada estación aves de corral a la voz de “pollos, pollitas y ponedoras”. O el del hortelano de Cebolla que todas las semanas traía las alforjas de esparto a lomos de la borrica cargadas de hortalizas de la huerta. O el lañero que arreglaba con estaño los peroles, pucheros y cacerolas de hierro, que sustituyeron en las lumbres a los de barro, donde se hacía el cocido diario, se echaban en adobo los lomos y costillas de la matanza o se usaban simplemente para calentar agua. O el de lanero, que compraba la lana de los colchones, o los cambiaba por aquellos otros de muelles.
También desapareció el pregonero oficial, que anunciaba aquellas cosas de interés general. El tío Califa, que era el mote que tenía el de aquí, iba esquina por esquina, trompetilla en ristre y a la voz de se hace saber, pregonando lo que tocara. Tenía muy malas pulgas y si no habías oído bien el pregón y le preguntabas, te mandaba a la siguiente esquina.
Todo esto ha pasado, es recuerdo, ahora a disfrutar de este placentero domingo de agosto.

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