Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

martes, 28 de agosto de 2012

Sandías y melones




En aquel entonces no se decía eso de que había que comer tantas y cuantas piezas de fruta cada día para tener una alimentación equilibrada y tal y cual; comíamos la fruta que había en cada temporada, sin más. A lo mejor, si uno enfermaba le daban un plátano como algo extraordinario, pero tenía que estar bien enfermo. Pero vamos, lo habitual era pasar el invierno sin comer fruta; salvo algún melón tardío de los que se conservaban entre paja y duraban incluso hasta Navidad, o un puñadito de higos secos, quien los tenía, o algunas uvas pasas de los racimos de la parra que se colgaban en cañas atadas a los palos del techo de la cocina.

El tiempo de la fruta era el verano y, a parte de los extraordinarios albaricoques y los melocotones pueblanos, lo más degustado eran las sandías y los melones, que estaban bien ricos. Los hortelanos vendían sandías y melones de regadío y de secano, que uno no se explica cómo podía salir esa fruta tan aguanosa de un secarral. El caso es que había unas sandías y unos melones buenísimos, de un olor, un sabor y una carne superiores. De alguna de las mejores piezas de aquella fruta se seleccionaban las pepitas y se ponían extendidas sobre un papel para que se secaran al sol y sirvieran como semillas para el siguiente año; y también se secaban las pipas de los melones con un poco de sal para comerlas, igual que se hacía con las pipas de calabaza o de girasol.

Desde las primeras sandías y melones tempranos hasta los más tardíos había una larga temporada, así que lo mismo se cortaba una sandía y salía dulce como el arrope, en su punto de maduración, con la carne bien hecha; que salía alguna que otra acolchada, en leche, blanquecina, pasada o un melón asolanado, con durezas de algún golpe o con sabor a pepino. Y se comían igual, salvo que fuera muy grave la cosa y entonces terminaban convirtiéndose en comida para gallinas y cerdos; de la misma forma que las mondas, que decíamos cáscaras, de esta fruta eran un exquisito manjar para los animales. Que hasta la abuela cuando se comía su raja de zandía se iba rápido al corral diciendo: voy a echar estas cáscaras a las gallinas a ver si se refrescan un poco las pobres que están asfisiaítas.

 De un día para otro empezaba la temporada al grito en la calle de: ¡buenas sandíaas y meloneees...!, y vaya si eran buenos. Salían las mujeres al reclamo de los gritos, miraban el serón lleno de fruta e iniciaban un particular regateo con el vendedor: que si la quiero para hoy pero me la tienes que dejar a tanto, que si esa no me la des que tiene una mancha o está abollá, que la que me vendiste ayer la faltaba un día para madurar, que pésamela bien que esa romana se fara mucho, que me hagas la cata que no me fío...

 Y luego ya iban para su casa con el melón o la sandía recostada en la cadera, de la misma forma que asían los cántaros cuando iban por agua, y dejaban la fruta en la cueva para que se enfriara o en el cubo del pozo, que bajaban después con la soga hasta que rozaba el agua. Así refrigerada, la fruta llegaba fresquita a la mesa para su particular rito de corte y reparto: el padre era el encargado de partir  la sandía por la mitad y procedía a dar su primera opinión sobre la misma, la madre cogía una de las mitades y la cortaba en rajas la primera siempre para el padre, la segunda para la abuela, las siguientes para los hijos y el culito lo reservaba para ella. Luego se comía la sandía a bocaos, que a los chicos se nos quedaba la cara con churretes y la ropa manchada de lamparones, y algunas veces, las menos, nos dejaban salir a la calle con la raja de sandía en la mano y allí nos la comíamos, doblando un poco el cuerpo hacia delante para no mancharnos y jugando a escupir las pepitas lo más lejos posible. Y algún amigo nos veía y se acercaba para decirnos con voz lastimera: dame un mordisquito anda... no seas así..., un mordisquito ná más, que te vas a implar, anda...

Blog Pueblana

jueves, 16 de agosto de 2012

El thriller del ajo


Ya ha llegado el momento de hacerlo y esta vez, estoy más preparada. Tengo la cabeza seleccionada y espero poder extraer unos dientes hermosos…Ahora mismo, es una cabeza dura y seca pero si las cosas van bien, pronto conseguiré su versión más tierna…
Sólo debo enterrar y cubrir, por lo menos con 10 cm de tierra. No es mucho y no tengo muy claro si lo tapará del todo así que me he decidido por hacerlo a un par de metros bajo tierra. Es más seguro… Si tengo paciencia y espero unos meses, conseguiré que se ponga tierno…
Y es que me encantan los tiernos pero me es muy difícil encontrarlos. La idea de convertirlos en tiernos, por eso, me la dio un huertano que me explicó cómo hacerlo en mi huerto urbano o en una maceta. “De la cabeza, seleccionas los mejores dientes. Los plantas y los cubres de sustrato (es importante enterrarlos con la punta hacia arriba). Si te esperas un par de meses, verás los tallos grillados y ya estará tierno. Para recoger”.
Quería seleccionar la opción maceta pero al final, me he quedado con un sistema mixto: un pequeño parterre para la cabeza y el cuerpo y la maceta para enterrar los dientes.
Creo que lo voy a hacer ahora. Para esta ocasión,  he preparado cloroformo y tengo el hacha bien, bien afilada. Las tenacillas quirúrgicas también están a punto. No quiero que se me mueva cuando le corto la cabeza, como la última vez…Tardé dos semanas en limpiar el estropicio…Ya he cavado el hueco dónde insertaré el cuerpo decapitado…Para la cabeza, esa tan dura que tiene (me he buscado uno de esos tozudos y toscos), he preparado otro hoyo. La enterraré tras haberle sacado los dientes. Esos sí que los voy a plantar en la maceta…
Esta vez, creo que mi búsqueda de un hombre tierno casi ha acabado. En unos meses, lo tendré así… Tierno, tierno…
Lo que sigo sin entender es cuál será la punta correcta (“Plantar con la punta hacia arriba”) pero creo que lo enterraré con los pies hacia arriba…Así, no me dará yuyu cuando lo vaya a regar…
Making Of : Esto es lo que me han inspirado los ajos…El huerto me está volviendo loca. Lo sé… Ya lo he asumido. ; -) Estos ajos me los ha regalado un huertano senior para que experimente con los ajos tiernos o ajetes (que me encantan!), cuando mi temporada (hostil) cherry haya acabado. No sé cuándo será, porque los tomates estos no paran de crecer y de dar más flores…


viernes, 10 de agosto de 2012

40 años de martirio al Tajo


Playa en el Tajo, frente a Safont. Toledo.
Con motivo del 40 aniversario de la prohibición del baño en el río Tajo a su paso por la provincia de Toledo, la Plataforma en Defensa del río Tajo ha seleccionado 40 fotografías que ilustran cómo es el río Tajo aguas arriba de Toledo, desde su nacimiento, y el efecto de las presiones a que es sometido y que se dejan ver a su paso por la provincia de Toledo.
Esta (¿ingenua?) exposición pretende explicar lo que supuestamente todos deberíamos saber después de llevar 40 años ocurriendo, sin voluntad política de solución y con intención de ocultarla.
Dicen, con reiterada e intencionada convicción, que Toledo "siempre" ha vivido de espaldas al río Tajo, lo cual no es del todo falso si no fuera porque los últimos 40 años no son los más de 4100, como poco, que hace que se asentaran los primeros pobladores. Eso sí sería "siempre". Pero lo cierto es que Toledo lleva los últimos 40 años viviendo de espaldas al Tajo porque hace ese tiempo que le quitaron el río del que supieron aprovecharse y vivir centenares de generaciones. El lugar que antes ocupaba el Tajo fue utilizado para colocar una alcantarilla a cielo abierto que, obviamente, no produce los mismos beneficios ni facilita la vida.
Por tanto, hay una generación que fue la última en disfrutar del Tajo en Toledo y otra que es la primera que enteramente ha vivido sin saber que ahí había un río; no uno cualquiera, el más largo de la península ibérica.
Así que, puede que la exposición bien puede servir para sensibilizar a esa generación joven que no sabe lo que está perdiendo y tiene todo el derecho a exigir, así como para que esa otra generación, abatida por el desencanto y la desidia, encuentre en la privación de la herencia robada a sus hijos y nietos la fuerza moral necesaria que les contagie la ilusión por recuperar lo que hoy es posible. 


martes, 7 de agosto de 2012

Avilés


Vista parcial de la ría de Avilés y del Centro Niemeyer
 El primer recuerdo que tengo de Avilés de hace casi cincuenta años es el de una ciudad gris, sucia y maloliente. Los abuelos, tíos y tías, primas y otra familia tenían algo que ver con ella, con sus altos hornos y la siderurgia, aunque Vicente, el abuelo materno, había sido ferroviario. El poblado de LLaranes, con sus casas y edificios uniformes, residencia de los currantes de Ensidesa. El paseo de la Estación donde vivían los abuelos en una casa que miraba hacia la ría. La plaza del Carbayu donde tenían sus reales las tías alegres y gordas Amelia y María Rosa. La prolongación del Quirinal de los tíos Román y Pili, en pleno campo. La playa de Salinas, Xagó, San Juan de Nieva, las salidas a pescar con los tíos Jesús y Lola en el 850. La negra ría de Avilés, el carbón, el humo, la niebla, la lluvia, el hollín, los vapores sulfurosos de las chimeneas humeantes, etc.
El crecimiento económico de los años 50 propició que la ciudad se convirtiera en una amenaza para la salud, con emisiones y sustancias tóxicas en suspensión en la atmósfera muy por encima de los valores máximos permitidos, lo que la supuso en los 80 el triste honor de ser declarada la ciudad española más contaminada por la situación insostenible de su atmósfera y el elevado número de casos y enfermos de asma.
Hasta no sé cuando eso siguió siendo así, luego nuestros familiares y seres queridos han ido desapareciendo, llegaron otras crisis llamadas reconversiones, que se llevaron por delante esa forma de vida y trabajo, y fueron quedando los restos, los posos, lo peor y lo mejor de cada sitio y casa, que es lo que hoy tenemos. Hubo gente que se plantó y dijo que había que cambiar, y así se hizo, y seguramente por eso, hoy Avilés es otra ciudad mejor, más habitable y limpia, más respetuosa con el entorno e integrada en él. Aquellas fachadas horripilantes de edificios sucios y negruzcos, han sido restauradas y pintadas en vivos colores. Las calles y plazas adecentadas. La parte vieja y casco antiguo recuperadas para la vida, el trato, la relación social, la cultura… Aparentemente todo ha mejorado.
El punto de la ría por donde entraban y salían las mercancías de la industria pesada hoy está ocupado por el modernista Centro Niemeyer, compuesto por una gran plaza-explanada, un lugar abierto a todo el mundo según el concepto del centenario arquitecto brasileño Niemeyer; un auditorio con escenario también utilizable desde la plaza, que además dispone de espacio para exposiciones pictóricas y fotográficas;  la cúpula, otro espacio expositivo, con funciones de museo; la torre-mirador ocupada por un restaurante con vistas sobre la ría y la ciudad; y un edificio polivalente con salas de proyecciones, reuniones, conferencias, tienda, etc.
El impacto social y cultural a nivel internacional de este centro ha sido innegable por la naturaleza de sus programaciones, personalidades del mundo del arte y las ciencias comprometidas y la repercusión mediática. La educación, la cultura y la paz son tres de los pilares de su razón de ser, y lugar cual imán, para atraer y compartir conocimiento, creatividad y talento. Esperemos que así sea y que ningún político casquivano lo impida.


lunes, 6 de agosto de 2012

Por tierras astures


Playa de San Lorenzo, Xixón

Vamos a Xixón, la más populosa de las ciudades asturianas en un día luminoso,  algo ventoso, y  con buena temperatura. La playa de San Lorenzo está bastante concurrida, hay trajín, típico de un domingo veraniego de agosto, aunque dicen los profesionales del ramo hostelero que la crisis está haciendo estragos. Se nota en las calles y en la gran cantidad de establecimientos de variada índole cerrados, en traspaso o venta.
La que no hace mucho fuera gran centro industrial, siderúrgico y naval, es hoy una ciudad reconvertida al turismo y a los servicios. Paseamos por el parque de Isabel La Católica, en cuyo lago hay profusión de anátidas, gaviotas y pavos reales. Esta guapo el sitio, con especies vegetales muy frondosas, aunque algo descuidado y sucio. Cerca, el estadio El Molinón, sede del descendido Sporting, y casa de una ruidosa y vocinglera afición, rápida mentora de la madre del trencilla, contrincante en juego o quien se ponga a tiro en ese momento. Es un recinto cuidado exteriormente y que no desentona con los alrededores, donde se sitúa también la Feria de Muestras de Asturias, el Palacio de los Deportes y la campa donde se celebra el mercadillo semanal.
 La mayor parte de los puestos de venta de textil, calzado, herramientas, almoneda, libros, etc. está en manos de ambulantes gitanos asturianos, los que en sus orígenes no muy lejanos por estas tierras se dedicaban al trato del ganado caballar y mular, al mimbre y a penar la bají. Por lo que ellos mismos dicen, la venta ambulante es hoy la principal actividad económica de las familias calós sedentarizadas y en proceso de adaptación e integración en la sociedad actual. Atrás ha quedado el desempeño de trabajos de escasa cualificación y remuneración como peones en la construcción y carreteras, limpieza de altos hornos, la compra-venta de chatarra y cartón, o hasta la recogida otoñal de caracoles y campañas agrícolas. Ya no quedan gitanos esquiladores, ni artistas, ni bandoleros, ni aquellos otros a los que se prohibió hace un par de siglos vagar de un lado a otro por los caminos como jinetes.
Se nos ha hecho tarde para comer. Todos los sitios de comidas donde entramos están hasta arriba de gente, bendita crisis, y otros, con poco servicio de atención, lo que puede convertir la pitanza en un ejercicio de dos o tres horas, y máxime con la costumbre asturiana de los tres platos, aun siendo el llamado eufemísticamente menú turístico. Volvemos a Lluanco por la costa, donde la sidrina está fresca en el bar del muelle, y ya no cierran la cocina, y a cualquier hora del día te puedes comer unas parrochas, unos bígaros, unos chopitos, una porción de queso cabrales o lo que se tercie. Ah y que no falte el arroz con leche.
Mañana toca Avilés, de la que estos días se habla, entre otras cosas, de las facturas de gastos del fenómeno social e internacional del Centro Niemeyer. Mañana más si da de sí la coyuntura.