Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

viernes, 6 de junio de 2008

Negro abril

Hace dos días regresé a casa después de más de un mes de hospitalización. Vuelvo con los míos: ¡Qué felicidad¡ Con el pulso tembloroso aún escribo sobre los acontecimientos acaecidos en el último mes y medio. La segunda quincena del mes de abril la recordaré siempre como los peores días de mi vida, días que no quisiera volver a vivir.

Sin saber muy bien cómo ni porqué mi estado de saludo empezó a deteriorarse. Día a día me sentía cada vez más cansado y agotado, sin fuerzas, me costaba respirar, sentía ahogos hasta tal punto que me atemorizaba dormir por temor a no respirar…

En esas dos semanas fatídicas acudí en numerosas ocasiones al hospital. Me hicieron pruebas, analíticas…, todo estaba correcto, así que plantearon que mi estado podría estar causado por algún trastorno mental derivado del impacto de la quimio. Fui al psiquiatra que tras escucharme descartó que ese fuera el origen del problema. Mi estado de salud seguía empeorando. Mis seres queridos próximos pudieron comprobar en vivo y en directo que empezaba a ser otra persona, irascible, siempre acostada y que rehuía la compañía, que se empezaba a desfigurar inflándose como un botijo.

Finalmente para mi fortuna, porque hoy lo puedo contar, quedé ingresado en hematología el día 3 de mayo, y de ahí, de cabeza, debido al cuadro que presentaba, a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Muchas de las cosas ocurridas esos días, desde el ingreso en planta hasta la UCI, se han borrado de mi memoria, y poco a poco, según me las recuerdan las voy recuperando con pesar porque lo que salía por mi boca y mis actos, demuestran que había tirado la toalla.

El ingreso en la UCI fue un bofetón de vida. Recuerdo estar rodeado de mucha gente que no dejaba de hablarme y darme ánimos, de un fuerte pinchazo en la parte superior izquierda del pecho para instalar un catéter al corazón, y en pocos minutos, una sensación de alivio y sosiego. En dos días oriné diez litros que tenía retenidos en el organismo. El corazón, que siguió funcionando, a pesar de detectar el fallo renal, ya estaba dañado de forma irremediable, como consecuencia del sobreesfuerzo.

Durante buena parte de los once días de estancia en la unidad estuve conectado por cables y artilugios, a todo tipo de maquinaria que controlaba mis constantes vitales. Poco a poco me fueron informando de mi estado y de la lesión de corazón sufrida. Supe el diagnóstico: cardiopatía dilatadora asociada a un derrame pericárdico. Que el ventrículo izquierdo, encargado de bombear sangre, estaba seriamente dañado y mermado en más de un ochenta por ciento en su capacidad funcional, y que en lo sucesivo, mis hábitos de vida, ocupaciones y demás menesteres deberán sufrir un cambio radical.

Durante los ocho meses anteriores tuve que amoldarme al cambio de vida que supuso el tratamiento contra el linfoma y la hepatitis. Ahora nuevamente toca cambio, nuevo campo de batalla y renovada lucha. Tiene que ser así porque quiero seguir viviendo.