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lunes, 29 de octubre de 2007

Mi pasión por el Allium sativum


Hace ya casi quince años, por motivos laborales, tuve que desplazarme a Las Pedroñeras en Cuenca, la que llaman capital mundial del ajo, por la cantidad de ellos que se producen y por la importante actividad económica que representa su cultivo en la localidad y en el resto de la comarca.
Ese día caluroso de finales de agosto, por la tarde, en una de las plazas del pueblo, había convocada una manifestación de agricultores contra la invasión de ajos chinos de los mercados, importados a precios muy inferiores a los costes de producción y puesta en el mercado de nuestra producción local, asunto que estaba produciendo importantes pérdidas, y que en años posteriores, hasta que se pudo corregir, supuso el abandono y la salida de la actividad de numerosas familias.
Una pancarta que portaban agricultores de la cooperativa de Balazote (Albacete) me llamó la atención, decía: “Felipe, mandarino, te vas a comer el ajo chino”, en referencia al presidente del gobierno. Para mí, hasta entonces, aparte del agrado por el sabor fuerte y picante del ajo, y de que las chuletillas de cordero no saben igual si no llevan unos ajitos morados de Las Pedroñeras, y que estamos ante un condimento ancestral, con múltiples aplicaciones medicinales y farmacéuticas, era todo lo que sabía de él.
A partir de ahí, y durante todos estos años, he dedicado muchas horas, viajes, reuniones, gestiones, visitas, etc. al sector del ajo, a conocer a sus gentes, a aprender. Puedo decir que los pueblos que viven del ajo y para el ajo, que son muchos en Castilla-La Mancha, tienen algo diferente, huelen distintos y sus gentes portan la impronta de ser ajeros, cultivadores de un producto característico y singular.
De los trabajos en los que he podido colaborar con empresas y profesionales del sector estoy particularmente orgulloso de algunos que siempre recordaré. El primero de ellos, la consecución para el sector comunitario de una regulación de las importaciones originarias de terceros países y del establecimiento de un arancel protector. Durante muchos meses se logró que en los pasillos de la gris y fea Bruselas se hablara del ajo, y que los prebostes comunitarios tomaran decisiones a favor de los productores españoles y franceses.
Satisfecho de haber elaborado, junto a otros técnicos, el documento de solicitud de lo que hoy es, aunque pese a algunos, la Indicación Geográfica Protegida Ajo Morado de Las Pedroñeras, un signo de calidad y diferenciador, de rango comunitario, que diferencia y protege en el mercado exclusivamente a aquellos productos únicos.
Emocionado, ya que cuando todo el mundo decía que los problemas de las importaciones habían pasado y nosotros veíamos que no, se demostró ante la Oficina de Lucha contra el Fraude comunitaria, que determinadas personas directamente relacionadas con la familia del rey alauíta estaban implicadas en operaciones de desvío de tráfico de ajo desde China vía Marruecos a la Unión Europea.
Desternillado de la risa cuando a la cantante Victoria Adams, esposa del futbolista David Beckham, se le ocurrió decir a su llegada a nuestro país, de forma despectiva que España “huele a ajo”, lo que fue aprovechado para obsequiarla con unas cajitas de ajos morados de Las Pedroñeras, que la noticia diera la vuelta al mundo y mostrarla que hablar del olor del ajo no significa hablar de un mal olor, sino de un aroma penetrante, rico y característico, indispensable en la gastronomía española.
Finalizo este comentario con un apunte del que se han hecho eco los medios de comunicación en los últimos días, que amplía los numerosos descubrimientos y aplicaciones médicas del ajo en el combate de variadas enfermedades. Un equipo de investigadores de la Universidad de Alabama, en Birmingham (EE.UU.) ha revelado qué comer ajo es bueno para el corazón. La clave está en el principal compuesto sulfuroso del ajo, la alicina, sustancia con la que reaccionan los glóbulos rojos de la sangre, produciendo el sulfido de hidrógeno, que en bajas concentraciones, relaja los vasos sanguíneos y hace que la sangre fluya con facilidad. Además la alicina, dentro de las arterias y las venas, estimula las células que conforman la membrana para que se relajen y se dilaten.
Como consecuencia, se reduce la presión de la sangre, lo que permite que las células transporten más oxígeno a los órganos vitales, y se reduce la presión sobre el corazón.