Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

jueves, 8 de enero de 2009

El cáncer se cura


Este es el título de un libro de bolsillo del que es autor el oncólogo catalán Germá Lluch que cayó en mis manos y leí con avidez en pocos días. Me lo recomendó una amiga que también está inmersa en un proceso de salida y recuperación de una de las más de ciento cincuenta variantes de la enfermedad.

Todavía resuenan en mi cabeza párrafos, páginas y capítulos de esta sencilla y gran obra en la que el médico va desgranando historias anónimas, años de experiencia acumulados en el avance del tratamiento oncológico, y sobre todo trasmite positivismo y un mensaje claro a los pacientes: el cáncer en un porcentaje cada vez más elevado tiene solución y la ciencia en su continuo avance dispone de mas y mejores medios para su combate.

Hoy estadísticamente la supervivencia a los veinte años del primer diagnóstico oscila alrededor del 90 por ciento en cáncer de testículo y tiroides, baja al 70-80 por ciento en otros casos y se encuentra por encima del 50 por ciento en los de colon, ovario, riñón y en los linfomas no Hodgkin. Hace veinte años la botella estaba medio vacía, hoy afortunadamente, está medio llena.

Su lectura me ha ayudado notablemente, me ha aclarado dudas sobre el proceso que he vivido e igualmente y de forma rotunda me ha convencido que aunque la enfermedad “remite”, en términos técnicos o lo que es lo mismo para nosotros “se cura”, siempre está y puede volver a aparecer en cualquier momento. De ahí la importancia de seguir a pies juntillas las pautas de tratamiento marcadas y los controles rutinarios posteriores.

Para los enfermos de cáncer conocer estas cosas y ser plenamente conscientes de ellas es muy importante, ya que ayudan a reafirmarnos en nuestra lucha, en mejorar nuestra autoestima y a perder el miedo a una enfermedad, azote desde tiempos inmemoriales de la humanidad, a la que la medicina como en una carrera de fondo va ganando zancada a zancada, paso a paso, y de la que cada vez conocemos más y seguramente en pocas décadas se podrá hablar de ella en otros términos.

Una “práctica” que desmantela el autor es la de esa medicina que se basa en la prohibición por sistema de aquellas pequeñas cosas que nos hacen felices a los humanos, exceptuando evidentemente aquellos comportamientos u hábitos que si son realmente nocivos para nuestra salud. Prohibiciones del tipo: no coma mucha carne roja, no pruebe ni gota de alcohol, no haga esfuerzos, no salga a la calle tras las sesiones de quimio, ¡cuidado con los resfriados!... El enfermo sigue siendo persona, tiene que vivir con ilusión. Está prohibido prohibir. Prohibir por prohibir no sirve de nada.

Para finalizar algo sobre la quimio que tanto daño me hizo al corazón, pero que me devolvió la salud o eso creo. A principios del siglo XX, en plena guerra mundial, una nueva arma letal hacia irrupción devastadora en el campo de batalla: el gas mostaza. Aparte de la muerte inmediata, se comprobó que el gas destruía el tejido ganglionar y la médula espinal de los soldados caídos. Paradójicamente tal hallazgo fue de gran importancia. Determinados derivados del gas mostaza, en particular la denominada mostaza nitrogenada, era muy eficaz en el tratamiento de las enfermedades tumorales, especialmente las que afectan al torrente sanguíneo y al sistema linfático. La muerte alumbra nueva vida.