Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

martes, 2 de enero de 2018

Me gusta el foro






Me gusta la capital. Parece mentira que haga esta afirmación,  cuando treinta y cinco años atrás, puse tierra y mar de por medio. Durante mucho tiempo no quise saber nada del foro, y ahora por circunstancias de la vida, vuelvo a andar por ella, y vuelvo a cogerle ese gustillo que me entró por los huesos la primera vez, en otoño del año 1971. Aquel año, el que huía no era yo, aunque de alguna forma sí, ya que forzado, acompañaba a mi padre, que también había salido en estampida del lugar donde vivíamos.

Cuando más de tres décadas atrás deserté, emulando los pasos de mi padre que antes lo había hecho, la máxima que seguíamos era el repudio a la ciudad que nos daba cobijo, pero donde ya no se podía vivir, por su maltrato y asfixia. Había que recuperar las raíces, volver al campo. Esa era la teoría, la pura entelequia que muchos emprendidos en aquellos años, y en la que hubo distintas suertes. Muchos quedaron en el empeño, otros fracasaron, y los que como yo aguantamos estoicos renunciando a un modo de vida, ahora miramos atrás nostálgicos, con una mezcla de equívoco y falsa reafirmación.

Las calles de esta gran urbe están llenas de vida, de actividad, de ajetreo continuo. Siempre que vuelvo sorprende esta vitalidad, que a pocos kilómetros, nos más de cien, algo más allá del extrarradio no existe, se extinguió, o más bien nunca fue porque no se necesitó.

En la perspectiva del paso de los años, las diferencias que siempre hubo entre la urbe y el campo, cada vez son mayores y brutales. Cien años han pasado del camino polvoriento, que salvando la vaguada del Guadarrama, conducía a Navalcarnero y era transitado por diligencias, que relataba Arturo Barea en su trilogía. Hoy esa ruta, antes camino de bestias, es una riada continua, noche y día, de vehículos, una arteria que mantiene, junto a otras, el pulso de la metrópoli.

Hoy, la mañana de Madrid lucía fría y luminosa, vista desde las afueras, desde la llamada sarcásticamente la Moraleja del Sur, se mostraba hundida en un manto espeso de contaminación, ese que en años secos y con temperaturas por encima de lo normal, se mantiene permanente durante semanas y va tornándose con el paso de los días en una amenazadora nube gris dañina.