Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

domingo, 26 de octubre de 2008

Viaje a la capital


Hacía mucho tiempo que no utilizaba el transporte público. Me lo dijo Bienvenido el Cordobés nada más verle en la parada de madrugada. El va a Talavera a ajustarse el marcapasos y tú a Madrid a coger el avión, tras el rápido viaje de ida y vuelta que te has pegado con motivo de la burocracia sanitaria, que como otras muchas cosas, no funciona.

Hace mucho que no nos veíamos y nada sabíamos el uno del otro. ¿Cómo te va? Le explico, no sabía nada. Hace unos años, me dice, se alegraba al verme y oírme en la tele regional, de vez en cuando, con las matracas del campo y las cooperativas.

El autobús va vacío. Va recogiendo escasos pasajeros por los pueblos en los que para: uno aquí, dos allá… Difícilmente con este uso puede ser rentable un transporte de estas características si no fuera porque hay apoyo público detrás, no puede ser de otra forma. Me propongo contar el número de pasajeros que van montando en los pueblos, pero mi atención se desvía hacia la conversación de tres mujeres mayores que suben en La Mata y que cotorrean entre ellas sin parar, con intención, además, de que los restantes viajeros, nos enteremos de su chismorreo.

Hay una de ellas especialmente enterada y lenguaraz, deja claro que aunque es del pueblo vive en Madrid. Es la listilla del grupo, la más parlanchina, la más hiriente en sus comentarios incompetentes. Despelleja, con la aquiescencia de las otras dos, a la alcaldesa. Que si el feo arreglo de la plaza del pueblo, que si la residencia de la tercera edad es pequeña, que si el centro médico… El asunto llega a su paroxismo con los comentarios sobre la última obra de teatro que han traído al pueblo, esa sobre el Internet ese, vaya guarrada, que si la puta de mi novia para arriba y para abajo, ¡Qué vergüenza! Nos quejamos y no se le ocurre otra cosa que decirnos que no hemos entendido el mensaje. Además tiene la desfachatez de insinuar que somos ignorantes.

Por fin algunos pueblos más allá, en Santa Olalla, se bajan las tres. ¡Que descanso! La más joven, la líder, dice que va a comer a casa de una amiga. No son todavía las nueve de la mañana, ¡menuda mañanita espera a la amiga con semejante víbora!

El día se va abriendo poco a poco, desperezándose entre las brumas otoñales. En el paisaje se ven olivares aislados, sementeras nacidas con las últimas lluvias, terrenos rectangulares recién labrados. Las viñas esperan aún cubiertas la caída de las hojas. Ahora llegamos a otro pueblo, Quismondo, niños a la escuela, mujeres barriendo las puertas de las casas… A medida que nos acercamos a Madrid, el paisaje va cambiando, el campo está abandonado y vacío, la tierra ya no tiene quien la trabaje, ha dejado de ser rentable, ha dejado de ser necesaria. Por el contrario se aprecia más juventud, también almas rotas, otros acentos y miradas.

Alcanzamos Santa Cruz de Retamar. Mucha construcción nueva, adosados, chales. Más pasajeros. Los pueblos se van abriendo. Luego Ventas de Retamosa, antigua carretera general, más casas nuevas sin vender. Tendrá el gobierno de turno que traer gente que las llenen, que trabajen y produzcan para que las arcas públicas se sigan cargando y así poder asegurar el bienestar, la jubilación, el retiro de muchos de estos jubilados protestones que echan pestes de los inmigrantes, olvidando que ellos lo fueron en su propia tierra. ¡Qué pena!, ¡que pronto se olvidan las cosas!

A veces me pregunto si estas generaciones que nos anteceden, una o dos menos que la de nuestros progenitores, vivieron los mismos tiempos que nosotros. Son por lo general extremadamente conservadoras, rácanas, mezquinas ¿Por qué? Tan mal les sentaron los aires de libertad tras la desaparición del dictador. Me parece bien que todo el mundo conozca sus derechos, que los ejerciten, ellos hacen uso de ellos hasta el agotamiento. Los viajes, las excursiones, ¡no paran! También me digo cuídate de los que se fueron, han vuelto, pero siguen fuera: ¡están resabiados! Vaya peligro ¡tumban a cualquiera!

El autobús entra a cuchillo en Navalcarnero ya en Madrid. Aires de modernidad, jardines cuidados, amplias rotondas, polígonos vacantes. A un lado quedan Aldea del Fresno, Brunete y Villa del Prado. Otra vez en la autovía, como una flecha en dirección a Madrid capital. A la altura de Mostotes el tráfico se hace denso, pesado, con paradas continuas, acelerones, frenazos. Estamos en las afueras de la metrópoli, en la zona suroeste, en el antaño cinturón rojo e industrial. Ahora los obreros se han hecho de derechas.

Mostoles enorme, descomunal, de aluvión, con sus más de 200.000 habitantes. A la salida jirones, maleza, suciedad, abandono… unos perros se revuelcan y retozan en el parque. Colegios, centros de salud, universidad, pabellones deportivos. Ahora estamos en Alcorcón. Mestizaje, hojarasca, rotondas con olivos para no olvidar el origen rural de estas grandes ciudades.

Cuatro Vientos derruido, cuarteles, operación Campamento, ¡vaya negocio! ¿Quién está detrás de todo esto? Los de siempre, los fuertes, los que manejan la información, el poder. Entramos en Madrid, el nuevo de los túneles bajo el Manzanares, al de las obras y las reformas permanentes, al de las ágiles comunicaciones subterráneas. Al asombroso e intercultural Madrid. Al Madrid que me gusta aunque cambie.

Vuelvo al cuadro de las tres personas mayores de hace un rato, a sus ideas rancias, al enorme peso que siguen teniendo en todas las decisiones. La líder se despacha con un y “luego nos vendrá a pedir el voto”. ¡Vaya tela!