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domingo, 12 de abril de 2009

Semana Santa, farsa y tradición

Villanueva de la Vera (Cáceres). Un judío perseguido que vivía en la sierra, un ladrón, bandolero, violador, un cobrador de impuestos…, muchos son los orígenes que se le atribuyen al personaje de Pero Palo para un único destino: ajusticiado ante el clamor y deleite popular.

La farsa de la semana santa ha llegado a su fin. Atrás quedan ritos, pasos, procesiones y celebraciones, realizadas según manda la tradición católica. Atrás quedan también otras costumbres arraigadas en el acervo cultural de gentes y pueblos, paralelas a las celebraciones religiosas, pero que poco o nada tienen que ver con lo que se podría llamar la esencia cristiana.

La semana santa tiene mucho que ver con un tipo de folclore rancio, con ese gusto y regocijo por la tragedia, por el dolor y el sufrimiento ajeno. También con una actitud pasajera de penitencia y remordimiento por las faltas y malas obras cometidas durante el transcurso del año, de circunstancial arrepentimiento, de golpes de pecho, de emocionadas y falsas lágrimas y sentimientos, de flagelaciones…

Pura hipocresía y pantomima que este Estado descompuesto también secunda, alienta y arropa a pesar de que en su Constitución se dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal. Año tras año somos testigos de como una caterva de electos representantes políticos (sobretodo alcaldes y concejales), delegados de todos, creyentes y no creyentes, marchan en procesión tras los jerarcas eclesiásticos. Que participen en actos religiosos es cosa personal. Que lo hagan a título individual, no en representación de ayuntamientos u otras instituciones.

No le van a la zaga las llamadas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que tienen encomendada la misión constitucional de garantizar la soberanía e independencia del país, defender la integridad territorial y el ordenamiento constitucional, que con sus marchas castrenses, trompetas y tambores participan activamente en el tinglado de algunas procesiones.

A los que no profesamos la religión católica, ni ninguna otra confesión –dentro de los que me encuentro-, esta comedia religiosa que en estos días tiene su máxima expresión y es secundada por gran parte de la clase política, nos produce indignación y reprobación. Durante todo el año ya somos testigos de cómo se cumple la laicidad constitucional y cómo los nombres de santos y crucifijos están en los centros educativos, cómo el rito católico preside los funerales de Estado, juramentos y tomas de posesión, etc.

Me quedo en estas fechas con los días de asueto, las torrijas, la leche frita y los pedos de monja. Amén.