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sábado, 28 de noviembre de 2009

De setas y seteros


Hará cerca de treinta años compré mi primer libro sobre setas. Hacía tiempo que me picaba la curiosidad por el mundo de la micología y un día me decidí por un libro a todo color, porque el mundo de las setas solo se puede conocer a todo color. Ahora lo comparo con otros libros que tengo sobre el mismo tema o que hay en el mercado y me parece bastante malo, pero por entonces era lo que había o al menos lo que encontré. He de confesar que no me sirvió de mucho porque para conocer el mundo de la micología es necesario, diría que imprescindible, un maestro iniciador.

Cuando digo un maestro quiero decir un maestro, no un enteradillo, porque viendo mi interés por este mundillo alguien me recomendó a alguien de por aquí de estos pueblos. Ambos salimos al campo un soleado día de otoño. Como es de suponer iba muy ilusionado. Encontramos unas cuantas variedades de hongos, pero mi acompañante no supo identificar ningún ejemplar por su nombre vulgar o científico. Solo sabía decirme cuales eran comestibles, porque el los había comido muchas veces, y cuales no lo eran por el aspecto o el color. Durante nuestra búsqueda, si encontrábamos algún ejemplar que él no consideraba comestible, le pegaba una patada diciendo simplemente: “Esta es mala”. Por lo que se refiere a la parte culinaria no tenía ni remota idea.

Aquella excursión, exactamente por las alamedas y el campo de Carrizo de la Ribera, fue para mi muy positiva pues aprendí lo que jamás debe hacer un buscador de setas. Me fui a casa con una gran bolsa de plástico repleta de setas “comestibles”, según aseveraba mi acompañante. Cuando la abrí la mayoría estaban tan deterioradas que no las hubiera identificado ni el más experto micólogo. Ni que decir tiene que no las probé, de haberlo hecho es probable que hace tiempo Toño (“El Patrón”) hubiera acariciado mi calavera. Aquel “experto” me había dado pruebas evidentes de que no tenía ni puñetera idea y un amor nulo por la naturaleza.

Lamentablemente ninguno de los numerosos y pésimos maestros que tuve me enseñaron a amar y respetar la naturaleza, o al menos no lo recuerdo. Jamás me sacaron al campo a enseñarme las flores, las plantas, las aves, los misterios de la vida. Estaban tan ocupados y preocupados por inculcarnos las grandezas del “glorioso movimiento” y el tedioso catecismo con sus cosas del más allá que se les olvidó enseñarnos el más acá.

Tampoco es que hubiera entre los habitantes de la villa gran afición por la micología, diría que más bien ninguna. Es posible que en nuestro páramo afloren una gran variedad de setas que tengan interés para un micólogo o como poco para un micófilo y no estoy seguro si un micófago se conformaría con lo que hay para llevarlo a su mesa. Lo cierto es que si viene un buen año de lluvia, humedad y temperatura, combinación necesaria para que aparezcan las setas, se pueden encontrar algunas variedades con las que hacer sabrosos platos. Mencionaré algunas: Unas cuantas variedades de Agaricos, conocidas como champiñones. Si el año es bueno salen en cualquier parte y muchas de las especies son comestibles. Sólo son tóxicos los que pertenecen a la familia de los xantoderma (Agaricus xanthoderma) que son fácilmente reconocibles porque amarillean en el pie y huelen mal. La fotografía que encabeza este escrito es de un agarico y aunque sea tan bonito no es comestible. Está hecha en Palazuelo de Órbigo. También se pueden encontrar, creo que no en abundancia, las setas de cardo (Pleurotus eryngii) ¡Están tan perseguidas las pobres! En el monte, si es que queda algo de monte, se pueden encontrar macrolepiotas es probable que tanto la Procera como la Rachodes y es muy posible que alguna variedad de boleto. En las huertas y en las eras, si es que queda algo de ellas, será fácil encontrar senderuelas (Marasmius oreades) y lepistas, tanto la Nuda como la Personata. En Valdecambillas vi en cierta ocasión en un chopo seco un buen grupo de Pleorotus Ostreatus. También se pueden encontrar sobre los viejos troncos la llamada seta de chopo (Agrocybe aegerita) En los caminos suelen crecer grupos de la excelente barbuda (Coprinus Comatus) y poco más que yo sepa.

Desde que buscar setas se ha convertido en una afición tan popular hemos puesto en peligro este desconocido y frágil mundo. Hay seteros que arramplan con todo destruyendo los ejemplares que no conocen con el pretexto de que si no son comestibles no tienen derecho a estar ahí. Soy de los que se pasean por el campo disfrutando con solo mirar, oler y sentir la naturaleza. Apenas voy ya a buscar setas, pero si lo hago llevo una cesta de mimbre o de tela, jamás una bolsa de plástico; procuro recoger sólo lo que voy a comer y respetar lo que no conozco porque he llegado a la conclusión de que cada brizna de hierba, cada canto rodado, cada terrón tiene su porqué y cumple con su función en la naturaleza, aunque yo ignore cual pueda ser. Y por último si alguien piensa que soy solo un enteradillo en esta materia ha dado en el clavo, aunque puede que para el que todo lo ignora sea un enteradillo aventajado.

N.B: Si hay por ahí algún setero que se explique.

Algo para leer:
- “Setas de Castilla y León” (No tengo referencia del autor en este momento)
- “Hongos” Biblioteca del Norte de Castilla. Tomo IV

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