Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

miércoles, 2 de julio de 2008

Relatos de juventud


La pepita de manzana

La maciza mesa formaba un todo uniforme. El viejo mantel amarillo y blanco pendía de cada esquina con formas redondeadas y dobleces. Sobre él quedaban algunos restos de la comida: migajas de pan, tres servilletas en sus respectivas argollas amarilla, rosa y blanca, y otras cosas sin importancia.

Ahora en la sobremesa vendría el café, y tal vez algo de conversación, o solamente revolverían lentamente con las cucharas, evitando con movimientos pausados, el derrame de las tazas colmadas.
Seguramente los tres intercambiarían miradas de indiferencia, de lástima por una juventud perdida y una madurez aún más, y se sumergirían en los recuerdos de una guerra pasada, en los años difíciles del contrabando en los que se amasó una pequeña fortuna, en la clandestinidad, o simplemente en nada.

Más tarde la madre se levantaría a fregar la vajilla, mientras los otros, seguirían sumidos en sus pensamientos. Para Ivan aquel día lluvioso y gris las cosas no habían transcurrido como de costumbre, había algo raro en el ambiente. Permanecía ensimismado revolviendo lentamente la pequeña taza. Enfrente, su padre, intentando hacer algo sin conseguirlo. Desde la cocina se oía el tintinear suave y otras veces violento de la vajilla, que se confundía con el chorro de agua que caía sobre el fregadero.

Ivan tomó lentamente la taza, sorbió un trago de cortadito y volvió a depositarlo sobre el platillo. Por el pasillo se oyeron los pasos arrastrados de su madre que regresaba de la cocina. Supuso enseguida la escena que se avecinaba, la canción de todos los días, le recriminaría por volver a manchar el mantel: ¡Podrías tener un poco más de cuidado!. Iván callaría por respuesta.

Para evitar nuevas manchas la madre retiró el mantel, levantó la taza y volvió a ponerla sobre el hule multicolor que cubría la mesa. En ese movimiento Ivan creyó ver caer algo en el interior de la taza y preguntó:
- ¿Qué ha sido eso?,
- ¡De qué me hablas!, respondió cortantemente la madre.

No conforme, sondeó con la cucharilla el fondo de la tacita. Nada. Por fin se decidió acabar de otro sorbo el cortadito, y pudo comprobar que en el fondo de ella, quedaban restos de azúcar y una pepita de manzana que antes no estaba. Se sentía confuso, por su mente en segundos pasaron escenas de películas de espías e intriga, de envenenamientos, de las comidas del cuartel en período de instrucción militar a las que se sospechaba añadían algo para mantener a la tropa tranquila…

Rápidamente se levantó y dirigió sus pasos hacia la cocina. Necesitaba una explicación. Para él ninguno de los comentarios recibidos por parte de su madre eran convincentes: que si podía haber caído de un plato, de una manga a la que se hubiese adherido… Ella no disponía de más argumentos. Además empezaba a preocuparse por la actitud que mostraba su hijo, que muy alterado, exigía cuentas de algo tan banal. En un momento de la situación cometió el error de decirle a su hijo:
- ¡Fanático, eso es lo que eres!. No se puede juzgar a tu madre como lo estás haciendo por una tontería.
- ¡Y tú mentirosa!, le espetó Ivan.

Ella aún más inquieta comprobó que su hijo estaba colérico y su cuerpo en tensión. Temía que en cualquier momento iba a suceder algo desagradable, como así ocurrió. Su hijo iracundo se abalanzó sobre su diminuta y flácida figura, sintió como unos gruesos dedos apretaban su cuello y la asfixiaban. Tras un violento zarandeo su cuerpo, que en su juventud había sido de armoniosas líneas, caía sin fuerzas al suelo.

En su cuello rugoso quedaron las huellas del estrangulamiento; la cara inicialmente embotada de sangre dio paso a un color blanquecino; los ojos desaparecieron, huyeron, permaneciendo en blanco, desmesuradamente abiertos y hundidos.

Con la mirada fija en algo y de rodillas sobre el grasiento suelo de la cocina fue sorprendido por su madre:
- ¿Qué es lo que haces? ¡Imbécil! Levántate del suelo…
- Nada, buscaba…, balbuceo Ivan, que enseguida volvería a ser el estúpido y a la rutina de siempre.