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viernes, 16 de febrero de 2018

Olores



- Hola guapetón, qué tal estás?

Me dio dos sonoros besos, un achuchón, y dijo

- Uhm... hueles a hospital!

No es de extrañar, llevo aquí diez días encerrado y uno acaba impregnándose de los olores dominantes de los sitios donde habita. Pero ¿qué es eso de oler a hospital?, ¿hay un patrón para definir el aroma de enfermería?. Mi vasta experiencia policlínica me dice que no, en los hospitales se puede oler, poniendo un poco de predisposición, a todo, tanto en personas como en inmuebles. Hay que poner narices e inclinación a ello, y como todo en la vida, algo de rigor y disciplina, y por supuesto, la experiencia ayuda bastante.

El personal sanitario, por lo general, huele neutro, a asepsia, apreciándose en contadas ocasiones, suaves toques de aguas florales y cítricos, inevitables si han pasado como todo hijo de vecino por la ducha y tienen esas inclinaciones de perfumería, aunque creo que deben tener indicaciones especificas de restricción de uso de fragancias en el desempeño de su trabajo. O eso pienso yo.

También y por desgracia de todos, profesionales y pacientes, en algunas zonas tanto públicas como de uso privado, huele a orines, a puta inmundicia de cloaca, a sifones pestilentes de mugre. No se salva ni un rincón, y si se trata de construcciones viejas, más aún. Ya puedes hacer que corra el agua, de momento desaparece, pero al rato vuelven las hediondas emanaciones. Son olores fuertes, desagradables, como a los de planta de residuos urbanos, existiendo entre ambos un término medio vegetal como es el de ova de río moribundo.

En los sanatorios y especialmente en algunas zonas de ellos, que no suelen estar a la vista, huele fuerte, a ácido, huele a química. Suelen ser los sótanos en los que se ubican las zonas de oncología. Huele a tratamientos quimioterápicos y radiológicos, que tienen nombres enrevesados y tóxicos, y mantienen una equidistancia variable con la muerte.

También huele a cocina, y en determinadas horas del día, a cafelito recién hecho, a tostada de pan con aceite y sal. Esas emanaciones tan tenues y cercanas no sé cómo escapan de cocinas y cafeterías, expandiéndose por pasillos, despachos, controles y habitaciones, dándote la falsa sensación que estás en tu casa. Son trucos que utilizan los gerentes y directores de hospitales para hacer más agradable la estancia de pacientes y enfermos. Pero no cuela, porque luego a la vista y sabor del rancho cuartelero diario, ponen a cada cual en su sitio.

La mezcla de todos esos vahídos, aliñados con los productos de desinfección y limpieza de suelos y otras superficies, las exudaciones corporales de medicamentos, y las emisiones extrañas de otras actividades presentes en algunos hospitales, como peluquerías, pastelerías, librería y prensa, bancos, configuran probablemente lo que hoy llamamos olor moderno a hospital, que nada tiene que ver ya, con el tradicional a galeno, farmacia y zotal de toda la vida.

Bueno pues según mi amiga a eso debo oler yo. Cuando ya creía que había salido del bucle olfativo, otro bofetón me trajo el recuerdo a mi madre que en la cercanía de la mar, y la espuma juguetona provocada por las olas en rompientes y rocas, decía que olía a yodo, invitándome a respirar profundamente, pues según su sabiduría sanitaria, eso era bueno para las vías respiratoritas y la glándula tiroides.

Los vapores a establo de vacas, a heno de prao segado, a pan recién hecho, iban y venían en mis recuerdos.
De ahí salté sin quererlo, seguramente porque ya era hora de pitanza, a los olores de ollas de guisos de cuchara contundentes. Pasaron por delante de mí los inconfundibles del cocido de garbanzos con todos sus aditamentos de verduras, carnes y embutidos; las judías estofadas con oreja de guarro; los callos y manitas de cerdo; las migas de pastor; las gachas; las papas guisadas con cualquier cosa; los pucheros...

- Bueno guapetón me tengo que ir. Me alegro que estés tan bien y que pronto te den de alta.

No sé el tiempo que había pasado. Durante ese ínterin no pronuncié palabra. Ella no paró de hablar y gesticular. Desconozco si percibió mi abstracción que procuré disimular mirándola frecuentemente a los ojos, asintiendo -según me contaba-, con gestos, intentando estar presente sin estarlo. Hacía tiempo que no la veía, bueno últimamente algo mas, tras muchos años de silencio tras nuestra ruptura. Seguía igual, eso sí, con el gasto de los años transcurridos, que a todos pasa recibo.

Mantenía esa sonrisa permanente y picarona, esos ojos rasgados, de color verde turquesa, sus graciosas muecas y mohines. Aunque con algunos kilos de más, se mantenía en forma, enérgica y activa como siempre la conocí. No había perdido ápice de carácter. Me seguía gustando por eso.

Su piel mantenía ese color tostado de verano, hombros caídos, brazos fuertes, pechos grandes, prietos y ceñidos, y piernas bien torneadas y firmes. Era de estatura media, pero su jovialidad y actividad la hacían parecer mayor. Siempre dispuesta al combate, a la batalla, al cuerpo a cuerpo, que era quizás donde menos la conocí. Olores personales.