Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

jueves, 30 de abril de 2009

Verdades de perogrullo


“No es lo mismo levantarse a abrir la puerta de la calle que tocar al timbre”

Las salas de espera de los hospitales son una escuela de mundología. Te encuentras en ellas fauna variada, como por ejemplo el listo de turno, que no se corta, lo sabe todo y de todo sabe. Telepáticamente conoce en ese momento preciso los sanitarios que están tomando un cafecito; no le da yuyo afirmar que conoce a los muertos que resucitan; sabe de pe a pa la vida y milagros de la vecina (la sobrina de la Maxi), no Arantxa… ¡da lo mismo!; los médicos que están pasando consulta que cotorrea de carrerilla, de su trato agradable o áspero con los pacientes.

Ahora que estoy escribiendo me mira de reojo y habla más bajito con sus interlocutores que le siguen el rollo, no me quita ojo de encima. Para que se dé cuenta que me he percatado, me separo de él y me pongo unos cuantos asientos más allá. No quiero ser espiado.

Ya pasa bastante tiempo de la hora de citación, la consulta va con retraso. Es lo habitual. Espera. Hoy no me he traído lectura para que el tiempo pase antes y distraerme con el libro La forja de un rebelde del desconocido Arturo Barea, menudo descubrimiento barojiano.

Entre ráfaga y ráfaga pienso que le tengo que decir que las piernas me siguen molestando, neuropatía la llaman. Mientras, el pesado sigue erre que erre. Ahora está con las nuevas tecnologías y los ordenadores que conocen hasta las fiestas dándole a una tecla. ¡Jesús, Jesús!

Me estiro en el asiento, ya no sé cómo ponerme. Me viene ahora lo de la gripe porcina. La Organización Mundial de la Salud ha subido el nivel de alerta a grado 5. La cosa se pone seria. Según pasan los días se van confirmando casos y sospechas. En el mapa mundial de incidencia no hay datos de América del Sur, ni de África…Se me aparece el poderosísimo y maquiavélico ex Secretario de Defensa yanke Donald Rumsfeld y el medicamento antiviral Tamiflu. Otra vez la misma cantinela, iguales preguntas, las mismas dudas, los mismos cabrones de siempre manejando los hilos de todo, decidiendo por nosotros sin importarles un carajo nada, sólo sus negocios y sus cuentas.

Vuelvo a la sala donde si le dejaran al susodicho arreglaba la Sanidad en dos patadas, en un abrir y cerrar de ojos. Pasa un paciente que se parece al padre Llanos, el cura rojo del Pozo del Tío Raimundo. Ahora los curas hacen rifas para joyas de la virgen. Llaman a Ana, es su turno. Tiene la misma cara de enferma y cansada que mi madre, cuando el cáncer se la llevó. Luego llaman a Luis. Esto se anima.

Quedamos los últimos, como los de Filipinas. Una paciente, alentada por el cascante que sigue a su bola se anima y dice que a la próxima la esperen, que se va a venir comida. Nos quedamos solos. Da igual porque el hospital no cierra. Hace un año estaba aquí, pasando las de Caín, ingresado, aunque no me enteraba. ¡Cómo cambian las cosas! Ahora, dentro de dos días me caso. ¡Asco de hospital! Corriendo, a ver si llegamos, nos toca…

Siéntate hijo. El aburrimiento te hace hablar hasta con las paredes, golpear con las manos el aire, gesticular, hacer muecas. Si tuvieras frente a frente a alguien responsable de esto te lo comías. ¡Endocrino!, ¡internista de tres al cuarto! Lo dice la enfermera. Me da un desmayo. A mí no me metas en una cama. Si llego a traerme el bocadillo de jamón o unas almendras otro gallo me cantaba. Pasan las horas, las rutinas y todo se descabala si no sucede en su momento.

Rumsfeld látigo de Bush, invasor de Afganistán e Irak, señor de la guerra, resulta que también es mandamás de una multinacional farmacéutica. ¡Qué cosas! ¿Qué hora tienes? Me toca, nueva médica que no sabe, le explico: vuelvo a la quimio (el paciente cuenta a la médica), a las sesiones de recuerdo, una cada tres meses, durante dos años. Vuelvo a los chutes en vena de Rituximab, a las madrugadas del hospital de día, a ese olor vomitivo de la química recién manipulada, a las camillas, a las caras demacradas, a los pañuelos que cubren cráneos sin pelo, a los ojos hundidos. Vuelvo a la muerte que alumbra vida. Neuropatía. Neurópata. Eres y serás un damnificado quimioneuropatológico. ¡Chúpate esa!

Hoy ya acabo. Mañana cocidito para los colegas isleños, a fuego lento, con todos los aditamentos, con los tres vuelcos como mandan las buenas hechuras.

martes, 28 de abril de 2009

In memoriam Javier Ortiz


OBITUARIO escrito el 24 de enero de 2007


Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto.
Así que en ésas estamos (bueno, él ya no).
Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía –lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía–, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)
La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras –ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo–, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.
Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.
A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas –algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos–, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.
A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia –ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París–, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca –y sea, de hecho–, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.
Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander... Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación –y Mar, y Mediterranean Magazine– y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones... Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.
Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.
En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.
Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.
______
Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.

sábado, 25 de abril de 2009

Memoria irredenta del franquismo


La automitificada "transición" fue en verdad "transacción", bajo horcas caudinas o coacción de los franquistas pactantes con los demócratas (y, si no, no había democracia, partidos, elecciones libres). Tal semichantaje, con su lote de guetos y trágalas, habían de configurar a España como el único país de Europa, casi del mundo, con absoluta impunidad del fascismo. Nadie tendría responsabilidad por el mayor magnicidio de la historia celtíbera, el fusilamiento de la II República, ni por los crímenes y latrocinios de la dictadura, realizados por los socios y herederos españoles de Hitler y Mussolini. Y todo ese tinglado político incluía un monarca designado digitalmente por Franco, bajo curatela del Ejército del caudillo, ejército síndico del "atado y bien atado".

Algunos de estos polvos mantienen hasta hoy sus lodos, somos el único país europeo que no ha reconocido cabalmente a los "resistentes" o combatientes antifascistas, aquellos últimos soldados de la República que no se rindieron en 1.939, ejerciendo el sagrado derecho de resistencia armada a la tiranía. Tampoco se atreve nuestra democracia a testimoniar pleno agradecimiento a los militares que, desde la Unión Militar Democrática (UMD), pidieron el fin de la dictadura y se jugaron todo para quemar la pólvora golpista a sus compañeros más agrestes, dispuestos a impedir que llegase la democracia, y, si llegaba, a masacrarla, igual que habían hecho con la República.

Así, la democracia de que tanto alardeamos ha mantenido, treinta años rigiendo la Constitución, a más de cien mil españoles asesinados ferozmente y enterrados sin nombre por zanjas, pozos y barrancos, y aún no osa anular los aberrantes juicios sumarísimos del franquismo. Ni siquiera conocemos todo lo que pasó el 23-F, ni cuánto sabía de ello el rey. Y, mientras el hospital de la Seguridad Social de Burgos lleva el nombre de Yagüe, y Franco cabalga en la capitanía general de Valencia, con su escudo fascista presidiendo la puerta principal, no hay una calle ni costanilla en Valencia a nombre del valenciano General Vicente Rojo, ni han devuelto al pueblo toledano "Azaña" su nombre de siglos que le robaron en 1.936 sustituyéndolo por el del regimiento que lo "conquistó" para Franco. ¿A esto llaman "reconciliación n"? ¿A este seguir pagando hipotecas que impuso el franquismo? ¿Hasta cuándo?

José Luis Pitarch, fundador de la UMD y Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia

domingo, 12 de abril de 2009

Semana Santa, farsa y tradición

Villanueva de la Vera (Cáceres). Un judío perseguido que vivía en la sierra, un ladrón, bandolero, violador, un cobrador de impuestos…, muchos son los orígenes que se le atribuyen al personaje de Pero Palo para un único destino: ajusticiado ante el clamor y deleite popular.

La farsa de la semana santa ha llegado a su fin. Atrás quedan ritos, pasos, procesiones y celebraciones, realizadas según manda la tradición católica. Atrás quedan también otras costumbres arraigadas en el acervo cultural de gentes y pueblos, paralelas a las celebraciones religiosas, pero que poco o nada tienen que ver con lo que se podría llamar la esencia cristiana.

La semana santa tiene mucho que ver con un tipo de folclore rancio, con ese gusto y regocijo por la tragedia, por el dolor y el sufrimiento ajeno. También con una actitud pasajera de penitencia y remordimiento por las faltas y malas obras cometidas durante el transcurso del año, de circunstancial arrepentimiento, de golpes de pecho, de emocionadas y falsas lágrimas y sentimientos, de flagelaciones…

Pura hipocresía y pantomima que este Estado descompuesto también secunda, alienta y arropa a pesar de que en su Constitución se dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal. Año tras año somos testigos de como una caterva de electos representantes políticos (sobretodo alcaldes y concejales), delegados de todos, creyentes y no creyentes, marchan en procesión tras los jerarcas eclesiásticos. Que participen en actos religiosos es cosa personal. Que lo hagan a título individual, no en representación de ayuntamientos u otras instituciones.

No le van a la zaga las llamadas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que tienen encomendada la misión constitucional de garantizar la soberanía e independencia del país, defender la integridad territorial y el ordenamiento constitucional, que con sus marchas castrenses, trompetas y tambores participan activamente en el tinglado de algunas procesiones.

A los que no profesamos la religión católica, ni ninguna otra confesión –dentro de los que me encuentro-, esta comedia religiosa que en estos días tiene su máxima expresión y es secundada por gran parte de la clase política, nos produce indignación y reprobación. Durante todo el año ya somos testigos de cómo se cumple la laicidad constitucional y cómo los nombres de santos y crucifijos están en los centros educativos, cómo el rito católico preside los funerales de Estado, juramentos y tomas de posesión, etc.

Me quedo en estas fechas con los días de asueto, las torrijas, la leche frita y los pedos de monja. Amén.

jueves, 2 de abril de 2009

La pobreza en España


Circula en Internet una especie de alegato –también lo he visto en versión peruana y argentina-, que niega la existencia de pobreza en España. Para ello su autor anónimo, compara la situación de los españoles de a pié con los del Estado de Florida en los EE.UU., supongo que igualmente encuadrados en la categoría de pinrel.

El incógnito se sorprende que osemos llamarnos pobres en España cuando pagamos por la gasolina, por ejemplo, tres veces más su valor que en su país, asunto que dice ocurre de la misma forma con las comisiones bancarias o las de la tarjetas de crédito o nos permitimos el “lujo” de soportar tarifas eléctricas y telefónicas (fijas o móviles) un 80% más elevadas.

Para darnos envidia o quizás provocarnos algo de coraje afirma que en su Florida si que son pobres de verdad, tanto, que el gobierno federal, teniendo en cuenta su precaria situación económica sólo aplica un IVA del 6%, no como aquí del 16%.

Continúa indicando que somos ricos porque pagamos impuestos que gravan hasta en un 320% el valor original de algunos artículos “de lujo” como la gasolina, el gas, el alcohol, el tabaco, la cerveza, el vino, etc. Y si esto no fuera poco, cotizamos por el rendimiento del trabajo (IRPF) –he sabido que este impuesto, aparte de personal, es de los llamados directos y subjetivos-; por los vehículos nuevos; por el patrimonio; por circular en coche; pagamos los préstamos al consumo a intereses elevados frente a sus tasas más bajas, etc.

El goteo de datos y comparaciones sigue con la finalidad de demostrar que los pobres son ellos y nosotros nadamos en la abundancia, para concluir diciendo, que ser rico es tener en un país tan pequeño, 86.000 concejales, casi 9.000 alcaldes, 17 presidentes autonómicos, 1.600 parlamentarios regionales, 350 diputados nacionales, 300 senadores, 200 eurodiputados, una Casa Real, 20 ministros y no sé cuantos funcionarios (esto último lo digo yo porque la cifra da espanto).

En algunas de las cosas relatadas no le falta razón a este “gallego” emigrante, pero hay que reconocer que el asunto tiene su enjundia y no se puede despachar así de sencillo recurriendo a simples argumentos y comparaciones demagógicas o al fútil enfrentamiento entre supuestos ricos y pobres del llamado eufemísticamente primer mundo.

Vayamos por partes y desmontando algunas falsedades. El Estado de Florida en los pasmosos y distantes EE.UU., al otro lado del charco, es más o menos en territorio una tercera parte de la superficie de nuestro solar, o sea, un buen pedazo de tierra, habitado por más de 18 millones de personas y una densidad de 107 habitantes por km2, cifra que no está mal. Su economía se basa principalmente en el turismo atraído por un clima benigno y sus numerosas playas. Es importante la industria agroalimentaria (zumos cítricos), la minería de los fosfatos, la aeroespacial y la militar. Estas dos últimas gracias a la instalación en la segunda mitad del siglo pasado del Centro Espacial Cabo Cañaveral. El Estado recauda gran cantidad de impuestos sobre las ventas, lo que permite que Florida no tenga impuesto sobre la renta, ni tampoco, al igual que otros estados, impuestos locales. Vamos unos pobrecitos.

Siguiente inexactitud, el IVA. Los yakees no tienen un sistema fiscal equivalente al IVA. Como ya queda dicho, su lugar lo ocupan los impuestos sobre las ventas que son regulados y administrados autónomamente por el estado o la ciudad de que se trate. Impuestos haberlos los hay, aunque de otro tipo.

Otra falacia. ¿Somos ricos económicamente en España? Hay unos pocos, ricos y poderosos. Hay cada vez mas personas viviendo por debajo del llamado umbral de la pobreza, y cada vez más gente en serios aprietos y dificultades. No me invento nada, según datos oficiales, somos junto a Grecia y Portugal los países de la UE con mayores índices de pobreza. En España unos 9 millones de personas (casi el 20% de la población – 2.432.000 hogares) viven en alguna de las calificaciones admitidas de pobreza (entre moderada –menos de 6.860€ de ingresos anuales-, y extrema -3.219€ de ingresos anuales-). Más de 500.000 personas son pobres extremos.

La pobreza son penurias y dificultades acumuladas: infravivienda, paro, analfabetismo, enfermedades, exclusiones… La pobreza está presente en todo el territorio, pero sobretodo localizada en las grandes zonas urbanas. Y para acabar esta vergüenza: 1,7 millones de menores están en situación de riesgo, siendo los hijos de inmigrantes los más afectados. ¿Podemos seguir negando todavía que seamos pobres?

Última traca. Según el economista Juan López Torres, hoy hay más pobres en España y en Europa (más de 60 millones), más trabajadores en precario, déficit muy grandes en salud, enseñanza, investigación e innovación, igualdad y conciliación, en gestión medioambiental y desarrollo de nuevas fuentes energéticas, en cooperación internacional, en integración cultural, menos crecimiento de la economía, pero las empresas siguen acumulando beneficios, que no se destinan a inversiones productivas o a crear más empleo, sino a la especulación que nos ha llevado a padecer una crisis de dimensiones globales: ¡El capitalismo especulativo se come al capitalismo!

En todos esos campos la actividad podría ser fuente intensiva de cientos de miles de empleos. Claro que fomentar esa actividad requeriría apoyar a nuevas empresas, a nuevos intereses económicos y, sobre todo, ir cerrando el paso a las que ahora dominan los mercados europeos en torno a un modo de producir y distribuir los recursos despilfarrador e insostenible, pero muy rentable.