Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

jueves, 8 de agosto de 2013

Diario del estío (XL)





Sueño
Sin comerlo ni beberlo me encontré en un viejo vagón de tren, compartiendo asiento con el afamado hombre de letras y de la cultura el Sr. Asensio, al que tras recocerle, no me quedó más remedio que saludarle y felicitarle por su carrera y trayectoria. Lo hice de forma tan atropellada y mal, que el famoso al darse cuenta me dijo: No te preocupes muchacho. Lo que probaba  su naturalidad y costumbre por tales lances.
Acto seguido y sin saber por qué le pregunté sobre el destino del viaje. Sorprendido, me miró, y dudando que yo me encontrara en mis cabales, afirmó: La estación del Mediodía, ¡por supuesto!. Quise que en ese momento me tragara la Tierra, estaba tremendamente avergonzado y confuso por la situación.
El departamento en el que viajábamos estaba sucio y maloliente de anteriores usos y falta de limpieza e higiene. A Asensio parecía no importarle mucho la cuestión. Me daba la espalda y se aplicaba con interés y atención a afeitarse cuidadosamente frente a un espejo, en el que pude comprobar algo horrorizado que la imagen de su cara era fija, sin un gesto, una mueca, un parpadeo… Era como una instantánea. Canturreaba por lo bajinis, lo que me tranquilizó algo. Puede observar que sus pantalones habían perdido la raya de la plancha y que a la altura de las corvas de las rodillas presentaban numerosas arrugas, que denotaban haber estado largo tiempo dobladas, en posición de sentadas.
El Sr. Asensio tenía una facha que no correspondía con su fama. El escaso y ralo pelo canoso, despeinado y alborotado. Las facciones hundidas y de color mortecino, cuencas de los ojos muy pronunciadas y marcadas ojeras. Estaba más bien enjuto y flaco. Por el contrario sus ademanes eran los de una persona refinada y educada, acostumbrada a la relación social, a las reuniones y saraos, al trato con el público. Aprecié que estaría ya cercano a los setenta años.
Estando sumido en estas reflexiones y con la vista centrada en un punto de su espalda, de repente y finalizada la tarea del afeitado, se volvió bruscamente y me preguntó: ¿Y bien joven? Me levanté rápidamente pues ya habíamos llegado a destino, el tren se paraba y había que bajar. Le dije que sí. Tomé sus pertenencias, escasas, un pequeño maletín y algunos trajes, y me preparé para acompañarle.
Había aceptado ser durante una temporada su ayuda de cámara, su secretario, su acompañante, a cambio de cobijo y manutención, y así poder salir del aislamiento en el que vivía sumido y conocer mundo, del que estaba tan necesitado.

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