Playa de San Lorenzo, Xixón
Vamos a Xixón, la más populosa de las ciudades asturianas en
un día luminoso, algo ventoso, y con buena temperatura. La playa de San Lorenzo
está bastante concurrida, hay trajín, típico de un domingo veraniego de agosto,
aunque dicen los profesionales del ramo hostelero que la crisis está haciendo
estragos. Se nota en las calles y en la gran cantidad de establecimientos de
variada índole cerrados, en traspaso o venta.
La que no hace mucho fuera gran centro industrial, siderúrgico
y naval, es hoy una ciudad reconvertida al turismo y a los servicios. Paseamos
por el parque de Isabel La Católica, en cuyo lago hay profusión de anátidas,
gaviotas y pavos reales. Esta guapo el sitio, con especies vegetales muy
frondosas, aunque algo descuidado y sucio. Cerca, el estadio El Molinón, sede
del descendido Sporting, y casa de una ruidosa y vocinglera afición, rápida
mentora de la madre del trencilla, contrincante en juego o quien se ponga a
tiro en ese momento. Es un recinto cuidado exteriormente y que no desentona con
los alrededores, donde se sitúa también la Feria de Muestras de Asturias, el
Palacio de los Deportes y la campa donde se celebra el mercadillo semanal.
La mayor parte de los
puestos de venta de textil, calzado, herramientas, almoneda, libros, etc. está
en manos de ambulantes gitanos asturianos, los que en sus orígenes no muy
lejanos por estas tierras se dedicaban al trato del ganado caballar y mular, al
mimbre y a penar la bají. Por lo que ellos
mismos dicen, la venta ambulante es hoy la principal actividad económica de las
familias calós sedentarizadas y en proceso de adaptación e integración en la
sociedad actual. Atrás ha quedado el desempeño de trabajos de escasa
cualificación y remuneración como peones en la construcción y carreteras,
limpieza de altos hornos, la compra-venta de chatarra y cartón, o hasta la
recogida otoñal de caracoles y campañas agrícolas. Ya no quedan gitanos
esquiladores, ni artistas, ni bandoleros, ni aquellos otros a los que se
prohibió hace un par de siglos vagar de un lado a otro por los caminos como jinetes.
Se nos ha hecho tarde para comer. Todos los sitios de
comidas donde entramos están hasta arriba de gente, bendita crisis, y otros, con
poco servicio de atención, lo que puede convertir la pitanza en un ejercicio de
dos o tres horas, y máxime con la costumbre asturiana de los tres platos, aun
siendo el llamado eufemísticamente menú turístico. Volvemos a Lluanco por la
costa, donde la sidrina está fresca
en el bar del muelle, y ya no cierran la cocina, y a cualquier hora del día te
puedes comer unas parrochas, unos bígaros, unos chopitos, una porción de queso
cabrales o lo que se tercie. Ah y que no falte el arroz con leche.
Mañana toca Avilés, de la que estos días se habla, entre
otras cosas, de las facturas de gastos del fenómeno social e internacional del Centro
Niemeyer. Mañana más si da de sí la coyuntura.
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