Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

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lunes, 14 de julio de 2008

El plantador de dátiles


En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

- Que tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea.
- Que haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro- contesto el viejo.
- Que siembras aquí, ELIAHU?
- Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar.
- Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
- El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
- Dime, amigo: Cuantos años tienes?
- No se... sesenta, setenta, ochenta, no se... lo he olvidado... pero eso que importa?
- Mira amigo, las datileras tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojala vivas hasta los 101 años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas.
- Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces.
- Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

Cuento: Jorge Bucay, Déjame que te cuente. De un cuento sefardí de Leo Rothen's Jewish Treasury.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez es más difícil encontrar hombres y mujeres como nuestro anciano. En este mundo que nos ha tocado vivir es más normal estar al lado del mercader. Resultados rápidos cueste lo que cueste, y nos llevemos por delante lo que nos llevemos, aunque esté en juego la pervivencia futura del mundo.

Indudablemente nuestro anciano tiene una percepción infinita en el tiempo de si mismo, pues él, aún muerto, se ve como parte imprescindible del eslabón de la vida.

Si todos actuásemos así no estarían en riesgo nuestra fauna, nuestra flora, neutros ríos, nuestro clima, etc.

Pero no, no lo hacemos, aunque en ocasiones para lavarnos nuestra conciencia, presumimos de enfadarnos cuando nos llegan noticias de la tala de árboles en el Amazonas, o que las petroleras van a agujerear Alaska o incluso colaboramos con alguna ONG, bien sea de manera directa o indirecta, sin embargo nos olvidamos de lo próximo.

Hace unos meses me hizo llegar un fotógrafo de nuestro pueblo unas diapositivas que me preocuparon y me dejaron cuanto menos anonadado, pues yo creía que esto lo teníamos ya superado. Las diapositivas en cuestión reflejaban el estado en que quedó nuestra sierra después de la fiesta de San Blas. El panorama era dantesco, bolsas por doquier, cajas de plástico, botellas rotas y sin romper sembradas a diestro y siniestro e incluso arbolitos quemados y rotos.

Tenemos que hacer una reflexión profunda sobre esto y pensar que estamos haciendo o mejor dicho, q ue no estamos haciendo para que no tengamos la conciencia de que si no sembramos datileras llegara el momento que desaparecerán los dátiles.

¿De que nos sirve que un grupo de trabajadores de la escuela taller “Senda” estén sembrando árboles, reconstruyendo los accesos a la sierra, por cierto mis felicitaciones por este extraordinario trabajo, si en la primera ocasión que tengamos lo vamos a destruir?



Los responsables de la educación, padres, maestros e instituciones tenemos que mirarnos el ombligo y reflexionar para encontrar los errores y poner remedio.

Creo que esto es problema de educación, de concienciación, de malos hábitos desde pequeño, de falta de solidaridad y hasta de egoísmo, ya que al contrario que nuestro anciano del cuento, quien actúa así solo se come los dátiles.

Animémonos todos y animemos a los demás a sembrar datileras, al menos hasta reponer los dátiles que nosotros nos hemos comido y a tener una percepción infinita en el tiempo como eslabón imprescindible de la vida.

javierpiro91@yahoo.es