Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia

Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema

jueves, 13 de diciembre de 2007

No me advirtieron que podía suceder...


Las últimas semanas han sido un tira y afloja continuo entre los deseos personales y las posibilidades sanitarias reales de actuación en materia de continuidad de los tratamientos. La cuarta sesión, que finalmente se produjo a finales de noviembre, llevaba acumulada un retraso de casi un mes debido a que los indicadores de defensas del organismo estaban en niveles bajos.

En pocos días todo cambió: se pudo dar la sesión, se concretó la fecha para la prueba de resonancia nuclear, el trato y seguimiento sanitario es semanal por expresa indicación médica, etc. El lunes, después de la tormenta epistolar, volví al hospital algo acongojado por las posibles reacciones contrarias al petardazo lanzado, y lo que encontré, fueron palabras de ánimo, de aliento, de comprensión… lo que confirma que mucha gente -entre otros-, los propios profesionales sanitarios, piensan lo mismo del desastroso y mal gestionado sistema de salud que tenemos, pero prefieren callar. Y ya se sabe lo que dice el dicho: ¡quien calla, otorga¡.

Los días posteriores al tratamiento me he hallado físicamente mejor y para nada barruntaba lo que pocos días después sucedería -tras el viaje a Ciudad Real a la prueba del PET-TAC-, que mi organismo se derrumbaba, quedaba a cero en defensas, propenso a cualquier nimia infección y expuesto a males mayores. No me lo habían advertido con tanta claridad. Ahora ya lo sé y debo estar alerta, porque puede volver a suceder y no es plato de gusto.

Ingreso de inmediato por urgencias el miércoles previo al puente de la Constitución, y de ahí directamente, a una habitación de aislamiento inverso, donde no son aconsejables las visitas y el personal sanitario tiene que entrar con mascarilla. La número 347 que debería ser una sala estanca no lo es. Por la ventana, que ajusta mal, entra aire frío que por las noches provoca corrientes; huelo los humos de las cocinas del hospital, cuyas bocas de extracción están un nivel por debajo de la planta; oigo el continuo ruido provocado por el ir y venir de vehículos en los accesos al hospital y de la avenida principal. Esto es lo que quieras menos una habitación de aislamiento.

Hasta el sábado, en el que tras la falta de reacción a los tratamientos, deciden transfundirme, lo paso mal, muy mal, no había estado así de apretado durante ninguna de las anteriores fases de la enfermedad. El chuletón del sábado, en forma de bolsas de plaquetas y sangre, de inmediato me recupera. El domingo ya soy otra persona y el lunes ya me quiero ir del hospital. No lo puedo evitar, es una sensación que va creciendo y creciendo en mi interior, de animadversión hacia la institución, que cada vez controlo peor.

Hoy jueves -más de una semana después de la recaída-, tengo alta médica. De nuevo en casa, en el sitio que mejor se está. Cuidado, querido y rodeado por los tuyos. Donde no tienes que llamar la atención a un desconocido vestido de calle, que se te ha colado en medio de la habitación. ¡Pero oiga, no sabe que no puede entrar aquí así, que hay un cartel en la puerta que lo indica, y además, sin mascarilla!. Ni tampoco tener que recordarle a nadie el uso obligatorio de ella.

Espero que la paradójica y contradictoria medicina de hoy, que te da y te quita, que te vacía y te atiborra, que te emponzoña de veneno y te sana, que necesitas y temes…, me deje, en los próximos días, fechas que todos apreciamos, pero que especialmente yo disfruto, hacer de cocinillas y de buen anfitrión, que es lo que me gusta.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola Juan:

El otro día, el miércoles 5, cuando te llamé dispuesto a ir a comer migas contigo, me quedé acojonado. Te lo digo de verdad, ahora después del marrón más grande de mi vida que he experimentado hace tres meses, te garantizo que sé lo que es pasar miedo de verdad, un miedo que no te deja pensar en el futuro, que no te deja ilusionarte por nada que no te deja vivir en paz ni el más mínimo segundo, menos cuando por agotamiento consigues dormir y cuando despiertas vuelves a meterte en la pesadilla.
Nosotros, me refiero a mi familia, también hemos sufrido alguna incompetencia del sistema de salud que tenemos, tanto en el plano profesional como en el plano humano. En fin el análisis definitivo es que mi hija está bien y que al final hay profesionales que son capaces de corregir y resolver los grandes problemas de salud que a lo mejor otros no pueden por falta de experiencia, conocimientos o simplemente valentía.

Te cuento todo esto porque ese miedo tan grande que hemos sufrido toda mi familia, llegamos a controlarlo y a dominarlo gracias a las humildes pero oportunas recomendaciones de una simple auxiliar de enfermería, que ahora en mi familia la recordamos como un “angel”:

El Tercer día después de la operación de corazón de mi hija, cuando los dos días anteriores evolucionaba muy bien, sufrimos un bajón grandísimo y fuimos absorbidos por el puñetero miedo (mi hija, Almudena, había comenzado a sufrir una importante crisis de taquicardia, su corazón se puso a 220 pulsaciones por minuto): Estábamos mi mujer, mis padres, mis hermanas y yo tirados y hundidos sobre el césped de la entrada del hospital 12 de Octubre, intentando comer un bocata, ya que no éramos capaces ni de meternos en un restaurante para comer. En ese momento en el que el poderoso silencio gritaba la palabra “miedo”, preguntó por nosotros una auxiliar de enfermera que se disponía a recoger su coche aparcado al lado para regresar a casa. Ella nos reconoció, ya que trabaja en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos, y nos preguntó por Almudena, de repente comenzó a darnos una pequeña charla, durante la cual no fuimos capaces de escuchar otra cosa que no fueran sus voz:
En resumen nos dijo, que la recuperación de un ser querido, y en este caso una niña con 3 años y medio, depende no solo del trabajo de los médicos. Todo forma parte de un puzle, en el que no puede faltar ninguna pieza: El personal, médico, su dedicación trabajo y perseverancia, como la del personal de enfermería, auxiliar, servicio de limpieza, y lo más importante, aunque a veces no nos damos cuenta y no apreciamos, el amor, apoyo, cariño y sobre todo fortaleza y convencimiento de que todo va a salir bien por parte de los familiares más directos que pueden estar en contacto con el enfermo. Esta bella persona nos contaba que había visto de todo: pero lo más sorprendente había sido ver casos desestimados por los médicos, y que gracias al convencimiento y apoyo siempre positivo de los padres, habían hecho que ese hijo hubiera salido victorioso. Nos contó varios casos y nos animó a estar animados y a creer en la fuerza de los niños, que aunque son pequeños, no son tontos y lo detectan todo.

Por eso NO PERMITAMOS NUNCA que el miedo se apodere de nuestra mente, porque es una de las mayores enfermedades más contagiosas que existe.

Por eso Juan, desde que hablé contigo el otro día, al día siguiente me levanté, me acordé de ese “angel” y desde entonces he vivido todos estos días celebrando tu salud y tu fortaleza, esperando recibir tus cachondos correos que me confirman que eres tan fuerte y luchadora como lo es mi hija.

Un abrazo y feliz navidad