El afilador, de Francisco de Goya |
Domingo placentero
Voy temprano al huerto a por tomates, ya los hay en
abundancia, parece que este año van escapado a la nueva plaga. Traigo el primer
cubo de pera para la conserva, y como unos diez kilos de morunos, incluidos los
pata negra de La Siberia, están
riquísimos aliñados con un poco de sal y
aceite de oliva.
Repaso las matas del melonar y me llevo la sorpresa de que
hay algunos rajados. No han madurado, no están todavía en su punto y la corteza
se rompe longitudinalmente. Algunos se pueden aprovechar, pero otros ya no
valen para nada. Creo que es un problema de exceso de humedad, así que a cada uno
de los sanos, les pongo algo de paja seca en la cama, la parte que está en
contacto con el suelo, para aislarles algo y que así resistan y lleguen a la
madurez óptima. Espero que la operación dé resultado.
Vuelvo a casa y preparo el género como si me fuera a la
plaza a venderlo. Lavo, clasifico y coloco los tomates morunos en cajas freseras
de madera. Los de pera también los lavo y aparto para en unos días hacer la
primera tanda de conserva. Los dos o tres melones aprovechables los saneo, quito
las partes dañadas, les pongo film retráctil y a la nevera que ya no tiene
hueco utilizable. El cajón de la verdura está hasta arriba de pepinos y
tomates, y el resto de bandejas ocupadas.
A esa hora de la mañana en la calle hay pocos ruidos y
movimiento. A lo lejos se empieza a oír la decauvi
del chatarrero que se aproxima lentamente, y que a la voz de el chatarrera, el chatarrera, repetido
una y mil veces por el megáfono que lleva, todos los domingos se juega el tipo,
ya que a esas horas tempranas a nadie le gusta le toquen las narices de esa
forma. Me pongo a imitarle y me descojono yo solo de la risa. Al final consigo
darle casi el mismo tono y entonación.
El gitano chatarrero me trae a la memoria oficios ambulantes
que todavía persisten como el antiguo de los afiladores que siguen viniendo con
el soniquete de la pequeña flauta de plástico como silbato, que llaman chiflo, y
que al ser soplada, hace sonar sus tonalidades consecutivas, de grave a agudas
y viceversa. Antes venían en bici o motocicleta, cuyos pedales o motor hacían
funcionar la rueda de amolar. Ahora lo hacen en pequeñas furgonetas. O el de tapicero
que te ofrece el servicio a la puerta de tu casa, para revestir todo tipo de
muebles, sofás, butacones, descalzadoras, etc. O el reparador de tejados y
humedades, que te instala aislantes bajo teja y canalones fabricados en todo
tipo de materiales. Puede usted pedir presupuesto sin compromiso alguno.
Otros oficios ambulantes de los que me acuerde han
desaparecido en el plazo de algo más de treinta años, pero queda el recuerdo de
sus cantinelas. Es el caso de los vendedores bolañegos de
Ciudad Real que vendían en determinada estación aves de corral a la voz de “pollos,
pollitas y ponedoras”. O el del hortelano de Cebolla que todas las semanas
traía las alforjas de esparto a lomos de la borrica cargadas de hortalizas de
la huerta. O el lañero que arreglaba con estaño los peroles, pucheros y
cacerolas de hierro, que sustituyeron en las lumbres a los de barro, donde se
hacía el cocido diario, se echaban en adobo los lomos y costillas de la matanza
o se usaban simplemente para calentar agua. O el de lanero, que compraba la
lana de los colchones, o los cambiaba por aquellos otros de muelles.
También desapareció el pregonero oficial, que anunciaba aquellas
cosas de interés general. El tío Califa,
que era el mote que tenía el de aquí, iba esquina por esquina, trompetilla en
ristre y a la voz de se hace saber, pregonando
lo que tocara. Tenía muy malas pulgas y si no habías oído bien el pregón y le
preguntabas, te mandaba a la siguiente esquina.
Todo esto ha pasado, es recuerdo, ahora a disfrutar de este
placentero domingo de agosto.
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