Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia
Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema
martes, 17 de agosto de 2010
Escenas veraniegas
Este hospital en verano es distinto, la cosa va más relajada, será porque en agosto la mayor parte de la gente está de veraneo, hasta los pacientes, salvo los abueletes del sintrom, la sala de análisis, que no se por qué siempre registra llenazo en hora punta de ocho a diez, y yo, que como sabéis soy asiduo, con unos cuantos frentes abiertos permanentemente y en lucha continua. Hasta faltan médicos y especialistas, que como es lógico, también tienen derecho a tomarse unos merecidos días de asueto.
Las salas de espera aparentan otras, hay menos jaleo que de costumbre, el personal paciente parece algo más ordenado, más aseado y hasta educado. No pasa lo mismo en la sala de espera de las intervenciones y pruebas rápidas, ya sabes, todo eso que acaba en –oscopia, y que es un juego médico que consiste en introducir por cualquier orificio corporal todo tipo de tubos, cámaras y bisturíes a la caza de cosas raras que habitan y crecen en nuestro interior. En estas salas da igual la época del año que sea, los sudores fríos y calientes recorren cuerpos trémulos, inquietos y pendientes de cualquier detalle, hasta que en la puerta batiente –tipo salón del Oeste-, que da acceso a los quirófanos, aparece una bata blanca que pronuncia tu nombre y que te hace saltar como un resorte. Yo he visto salir corriendo a gente que no ha podido más y se ha ido, ha renunciado en el último minuto, después de horas de espera en el borde del precipicio. Probablemente esa sea la puerta más odiada y temida del hospital.
También están los que han venido ya de vacaciones, y por supuesto tienen que contar sus batallitas y aventuras; los que lucen bronce y lo pasean con garbo por pasillos, escaleras y ascensores; el personal de suplencias que se nota que no ha cogido el aire o no le conviene por aquello de quedar bien y coger puntos; también están los curritos de siempre, los que cumplen con su cometido, los que no se escaquean…
También está ese pedazo de tío –debe medir por lo menos dos metros y pesar sus ciento veinte kilos-, que arrastra el carrito desvencijado de los historiales. No sé cómo se las apaña para, pasillo por pasillo, recoger y distribuir las bolsas de los expedientes, que deben volver al archivo o estar disponibles para las consultas del día siguiente. Me lo imagino manejando el mío, que abulta más que un saco de 50 kilos, con papeles, informes y pruebas acumuladas desde hace tres años, que nadie consulta y que podrían estar en otro sitio, y acordándose de mis muelas cada vez que tiene que manejarlo. No es fácil, y además, un peligro no contemplado seguramente en la prevención de riesgos laborales. Es un hombre eficaz dónde los haya, y mejor que no te lo encuentres en ningún pasillo, pues puede preguntarte mirándote a los ojos: ¿usted es el 156.810?, y claro quedar descubierto al instante.
También están los del catering del bar, toreros donde los haya por los capotazos y aguante que tienen cuando todo el mundo quiere que le atiendan a la vez. Por favor, un poquito de tranquilidad. Monumento aparte al que elabora la tortilla de patata de los pinchos y bocatas, siempre igual, siempre con el mismo punto, sabor, textura, consistencia… Las chicas de las cajas, que igual te hacen un roto que un descosido, ya que además de cobrar al céntimo, te venden la prensa diaria, la del corazón que en estos sitios tiene mucho tirón, unas chuches o cualquier otra cosa de tapadillo…, que nunca se sabe.
También debe haber mucha gente anónima, que nunca ves pero que sabes que están ahí, haciendo lo que saben. También están los que has visto sólo una vez, y te dices, esa cara la conozco yo, pero no te atreves a más, no vaya a ser que metas la pata, y el presunto conocido te diga, si hombre si, tú eres el de las vacas y la leche. Acabáramos.
Los mostradores de citaciones tienen en verano otro rollito, no parece -número en mano-, que estés en la cola de la pescadería o chacinería de una gran superficie, esperando te toque el turno. Hasta los volantes de citaciones, para no faltar a la época, llevan una leyenda que dice “agenda veraniega”, como si la de ahora, llevara incorporada algún extra propio de la estación. Te reciben en las consultas en bermudas, con camisas floreadas, con alegres tocados…, para quitar tensión y relajar el ambiente.
A la que hace tiempo que no veo es a esa señora, que tocada con gorro hospitalario y con el dedo en la boca y en actitud avisadora, te recuerda por las paredes que estás en un hospital y hay que guardar silencio. Han quitado su foto porque nadie hacía caso, y su grácil cabeza ha sido sustituida por carteles informativos con los derechos y deberes de los pacientes, que como tampoco se cumplen los quitarán dentro de nada, y los sustituirán por otros nuevos en los que cualquier empresa rara, certifica que este centro cumple con las normas y exigencias de calidad sanitaria y derechos del paciente, y así bla, bla, bla…
Fíjate por donde el verano me está haciendo que le coja algo de aprecio al hospital, si se puede expresar así la cosa, en estos términos, como si se tratara de una persona. Ya no lo veo con esa inquina que me embarga cuando paso por delante de paso a otro lado. El verano está suavizando esa fea estampa. Cada vez me acuerdo menos de las cosas desagradables que me han pasado dentro de sus paredes y plantas, y más de lo que me gusta en verano. Me estoy volviendo tonto y blando, sí, pero seguiré yendo al servicio de atención al paciente a reclamar. A lo mejor mañana mismo después de la –oscopia que me toca, voy a quejarme de lo que sea y comprobar cómo están los servicios mínimos. ¡Cielos, otra vez este por aquí!
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