País en ruinas y descomposición
Hoy parece que el coche vuela sobre el asfalto de la autovía
camino del hospital en Madrid. No son aún las seis de la mañana y ya la vía
parece una culebrilla serpenteante llena de lucecillas rojas, como si se
tratara de un cordón de alimentación, que se va llenando según se acerca el
alba, y nutriendo el gran pulmón de la enorme urbe iluminada al fondo.
Me quedo antes, en las afueras, en la zona oeste. En una
hora he llegado a destino para realizar pruebas de control que me ocuparán
parte de la mañana. No me molesta madrugar, pero lo de hoy ha sido por demás.
Me he caído de la cama como suele decirse y ya no he podido conciliar el sueño,
aparte de los picores en la piel que en los últimos días me están dando
tormento, y que por la noche, son más intensos y desesperantes.
El hospital a esas horas todavía no está puesto. Los
pacientes que van llegando sí que están preparados para sus abundantes
menesteres de citas, pruebas, consultas, diagnósticos, etc. Los aparatos parece
que hoy no quieren arrancar y en las pantallas informativas se resisten a
aparecer los turnos.
Llevo casi siete años dando tumbos por hospitales y
consultas. Debería estar curado de espanto, pero no acabo de acostumbrarme a
ello. Hasta entonces pocas veces había pisado estos centros, salvo para alguna
urgencia o trámite sin importancia. Ahora es algo habitual en mis quehaceres,
costumbres y actividades. Cuando no es una cosa es otra, y además siempre en el
filo de la navaja. Preparado para un desplante, una queja que sube de tono y ya
es protesta, una reclamación… Cuántas ha habido en estos años? Unas pocas y
todas contestadas de la misma forma: lamentamos las molestias que le hemos
ocasionado. Reclamar en las actuales circunstancias sirve de poco, casi de
nada, pero es necesario seguir haciéndolo.
Amanece lentamente y ya he completado dos de las tres
pruebas. Esto va como el coche en la carretera. Anoche me reía un rato, que
buena falta me hace, de los últimos incidentes parlamentarios derivados de las
mentiras de Rajoy sobre Bárcenas, y del papelón de la señora Villalobos,
sustituta del presidente ausente. Vaya tía con genio y mala leche. Todo ello y
su ineptitud la inhabilitan para ejercer el cargo de manera neutral y mediadora.
Viéndole la jeta que tiene, pensaba que esta es la casta de la mayor parte de
los políticos que tenemos, que han hecho carrera por ser cargos electos y en lo
que parece que llevan toda la vida. Hay que jubilarles, igual que al Borbón, pasar
página de este sistema podrido, corrupto y reiniciarlo.
No sé si podremos. Seguramente nuestra generación no lo verá,
aunque si me gustaría vivir, con mejores resultados que entonces, una nueva revuelta
y subversión del orden, como en mis años de juventud, con la caída del régimen y
el advenimiento de la democracia. Lo necesitamos todos, pero especialmente la juventud
de hoy que será el futuro de mañana, a la que a este paso le entregaremos un país
en ruinas y descomposición que no se merecen.
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