Asalto al Cuartel de La Montaña |
Cuartel de La Montaña, 19 julio 1936
El cuartel forma un edificio inmenso en la cima de un cerro
bajo. En su frente hay un ancho glacis en el cual tiene cabida para ejercicios
conjuntos un regimiento. Esta terraza se une a la calle Ferraz por una
pendiente rápida en uno de sus extremos, y en el opuesto se corta bruscamente
sobre la estación del ferrocarril del Norte. Un grueso parapeto de piedra corre
a todo lo largo de la pared vertical de cinco o seis metros, sobre una
explanada inferior que separa el cuartel de los jardines de la calle Ferraz.
Por la parte posterior, el edificio domina la ancha avenida del paseo de
Rosales y los campos que rodean la ciudad al suroeste y al norte. El Cuartel de
la Montaña es una fortaleza.
De la dirección del cuartel llegaba un crepitar de disparos
de fusil. En la esquina de la plaza de España y la calle de Ferraz un grupo de
guardias de asalto estaba cargando sus carabinas al abrigo de una pared (…)
Un aeroplano, volando a gran altura, venía hacia el cuartel
(…) La máquina voló en una curva amplia y comenzó a descender, hasta que fue
imposible verla más. Unos momentos después temblaba la tierra y el aire. Después
de dejar caer las bombas, el avión se alejó (…)
Un grupo compacto, chillando y gritando, apareció en el otro
extremo de la plaza de España. En medio de él llegaba un camión con un cañón de
setenta y cinco milímetros (…) Cientos de personas se lanzaron sobre el camión
como si fueran a devorarlo y lo hicieron desaparecer bajo su masa, como
desaparece un trozo de carne podrida bajo un enjambre de moscas. Y en un
momento el cañón estaba en tierra, sostenido a pulso, por brazos y hombros (…)
De cuando en cuando, el cañón rugía a espaldas nuestras, una
bala hacía zumbar el aire y la explosión resonaba en la distancia (…)
¡Se rinden! ¡Bandera blanca!
Una masa solida y viva de cuerpos se movió hacia adelante
como una catapulta, hacia el cuartel, hacia la cuesta de entrada de la calle Ferraz,
hacia la escalera de piedra en la pared, hacia la pared misma. La multitud era
ahora un solo grito. Las ametralladoras funcionaban sin cesar (…)
En un instante supimos, sin verlo, sin que nadie nos lo
dijera, que el cuartel había sido asaltado (…) En una de las ventanas apareció
un miliciano, que levantó un fusil en lo alto y lo lanzó sobre la multitud que respondió
con un rugido de alegría salvaje.
Se dijo que en el Cuartel de La Montaña había cinco mil
pistolas Astra (…) Aquel día las cajas vacías, blanco y negro, salpicaban todas
las calles de Madrid. Lo que no se encontró, sin embargo, fueron municiones
para las pistolas. Los guardias de asalto habían logrado apoderarse de ellas (…)
Fuera en la explanada, bajo un sol deslumbrante, yacían
cientos de cadáveres. En los jardines todo estaba quieto.
Arturo Barea. La forja de un rebelde III. La llama.
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