A Concha García Campoy
1914-1918. La guerra, montada en su
caballo rojo apocalíptico, hace estragos en los campos de Europa. Su eterna
compañera, la muerte, envuelve en su velo negro a millones de hombres. Todo es
desolación. No parece existir un futuro en el que aferrar las creencias (…) El
origen de la tercera arma de lucha contra el cáncer se gestó en un episodio
terrible de esta guerra: Ypres en la Baja Bélgica a finales de abril de 1915.
Los aliados se defienden como pueden
de la ofensiva de los alemanes. Una fecha aciaga para aquellos a quienes la historia
les había colocado ese día en aquel lugar, pero una esperanza para los enfermos
de cáncer de unas décadas después.
La ofensiva germana se había puesto
en marcha a las 6´00 horas, y ello significaba una marea de desolación y muerte
dirigida contra los aliados, que yacían exhaustos en las húmedas trincheras. A
las 8´05 horas se hizo el silencio. Era un silencio desgarrador (…) Una orden
rasgó el cielo: “Calen bayonetas” (…) Un rumor sordo de fondo empezaba a
inundar el ambiente. Era el ruido de las botas. Botas alemanas.
-
¡No
disparen hasta que reciban la orden! ¡Aseguren el primer disparo!
-
Cerré
los ojos y me apresté a disparar. Sólo tenía que apretar el gatillo a la orden
de fuego. Solo eso…
El objeto rebotó a unos dos metros
detrás de mí. Fue como sin una lata llena de judías impactara en una piedra (…)
Instantáneamente empecé a toser mientras se me llenaban los ojos de lágrimas y
me quemaba la garganta. Fueron apenas unos segundos antes de caer en la inconsciencia
de la muerte (…) Las convulsiones duraron unos segundos más y luego me quedé
quieto (…) Me había convertido en la primera víctima del gas mostaza, arrojado
por los alemanes por primera vez durante la segunda batalla de Ypres.
Por suerte, algunos de nosotros
fuimos examinados por los patólogos militares horas después de nuestro
fallecimiento. En todos se constataba un hallazgo de gran importancia para las enfermedades
tumorales hematológicas: tanto el tejido ganglionar normal como la médula ósea
habían siso borradas de nuestros cuerpos. El gas, entre otras maldades, las
destruía selectivamente.
Setenta mil ingleses y treinta mil
alemanes perdieron la vida en los treinta y dos días que duró la batalla. El
gas mostaza había debutado con un éxito espeluznante (…) Algunos médicos
militares usaron los hallazgos de las autopsias en una oportunidad de avanzar en el tratamiento del cáncer. La
iperita estaba a punto para convertirse en el primer quimioterápico
antineoplásico del siglo XX.
Extractos del libro “El cáncer se
cura”, del Dr. José Ramón Germá Lluch
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