Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia
Si vienes con un problema y no traes la solución, tu eres parte del problema
jueves, 16 de marzo de 2017
15 de febrero, miércoles
Me dan el alta a planta. En estos días transcurridos he ido conociendo algunos detalles del injerto, he puesto cara al equipo que intervino en el trasplante. He podido preguntar y resolver dudas. Me siento protegido y muy arropado. Me dicen que mi aspecto, color de piel y otros detalles externos han cambiado para mejor. Que ha desaparecido ese color mortecino que tenía y he recuperado el brillo de los ojos. Que mi hígado estaba muy deteriorado, hinchado por la fibrosis y cirrótico. Con una cicatriz marcada de cuando cauterizaron el hepatocarcinoma y a punto de colapsar. Que el nuevo injerto procede de un varón y que su implante se ha visto favorecido por la similitud de tamaño y coincidencia de calibres de venas y arterias. Y que una vez conectado, entró en funcionamiento rápidamente en su labor filtrante y de generación de energía vital.
Me duele algo el pecho. Un dolor punzante que unas veces se refleja en el costado izquierdo, y otras, en la espalda. Ese dolor casi permanente se mitiga bastante con los chutes de analgésicos cada ocho horas, pero ahí está. Limita mi capacidad respiratoria, y sobre todo, por la noche, genera una sensación de ahogo chunga, de falta de aire, que te impide conciliar el sueño. Me dicen que es un derrame pleural, derivado de la intervención y de la manipulación de las entrañas. Que pasará. A pesar de ello y para no arriesgar vuelven a realizarme multitud de pruebas, que descartan la existencia de otros problemas.
Paso todo el día tranquilo en la habitación, parte tumbado en la cama y el resto sentado en la butaca. Aunque no noto la cicatriz, si actúo con precaución. Me han rajado el abdomen, de lado a lado, y ahora es una cremallera de sesenta y cinco grapas, a la que he puesto el nombre de la Zapatista, en honor al cirujano que la cosió, oriundo del otro lado del charco, al que pregunte si sabía cuántas me había puesto.
- Unas treinta, -me contestó.
- Entonces no es solo obra suya, -le dije.
- Ah! sí, al otro lado había un colega haciendo lo mismo, -confirmó.
Me siento cansado y muy débil.
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