De huesos y rechupeteos
Hoy hay poco que contar. Más bien ha sido un día anodino,
con sordina, de esos que es mejor pasar página. Desde temprano me he enfrascado
en lo de todos los sábados: compra de la semana, preparar comida y chapuzón en
la piscina –más concurrida de lo normal-. Luego comida, siesta y al última
hora, un poco de trabajo y ejercicio en la huerta rozando la hierba de las
papas, que mañana las saco con la fresca. Me va ayudar Pistolas que tiene un apero
acoplado a la mula mecánica que escarba
el lomo y las va dejando sobre tierra, para luego recogerlas y transportarlas
con el carrillo del quad. Hay que
aprovechar los recursos mecánicos de que se disponen y evitar trabajos físicos
innecesarios.
Hemos quedado a las siete, entre dos luces. Espero que en un
par de horas nos hayamos ventilado la faena y que a esas horas, con la fresca,
no pasemos sofocos. Son papas colorás,
dan menos rendimiento pero se conservan mejor que las variedades blancas, y
para mi gusto, tienen mejor comer: carne prieta y firme de color amarillento,
buenas para freír y cocer. Las pequeñas arrugadas al estilo canario, están de
cine.
Hoy he guisado un conejo pequeño, de granja. Tienen la carne
más blanca y tierna que los camperos, por lo que se guisan antes que estos. La
receta con algunas variaciones es parecida a la antigua entrada Conejo
al ajillo. Últimamente estoy consiguiendo darle el mismo punto y sabor a
este tipo de guisos, cosa que no es fácil, y a la que se llega con la medida y proporción
de los ingredientes, cuidando los detalles, y evidentemente, con la práctica. El
que la carne proceda de un medio u otro tiene su importancia para darle el
tiempo de cocción necesario, y no quedarte corto en la terneza o pasarte. A mí
me gustan las tajadas magras, pero los dos comensales que me acompañaron en la
pitanza, son más de huesos y rechupeteos. Da gusto comprobar los gestos
agradecidos que proporcionan los sabores en su medida. Que os aproveche.
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