Sueño
Sin comerlo ni beberlo me encontré en un viejo vagón de tren,
compartiendo asiento con el afamado hombre de letras y de la cultura el Sr.
Asensio, al que tras recocerle, no me quedó más remedio que saludarle y
felicitarle por su carrera y trayectoria. Lo hice de forma tan atropellada y
mal, que el famoso al darse cuenta me dijo: No te preocupes muchacho. Lo que
probaba su naturalidad y costumbre por
tales lances.
Acto seguido y sin saber por qué le pregunté sobre el
destino del viaje. Sorprendido, me miró, y dudando que yo me encontrara en mis
cabales, afirmó: La estación del Mediodía, ¡por supuesto!. Quise que en ese
momento me tragara la Tierra, estaba tremendamente avergonzado y confuso por la
situación.
El departamento en el que viajábamos estaba sucio y
maloliente de anteriores usos y falta de limpieza e higiene. A Asensio parecía
no importarle mucho la cuestión. Me daba la espalda y se aplicaba con interés y
atención a afeitarse cuidadosamente frente a un espejo, en el que pude
comprobar algo horrorizado que la imagen de su cara era fija, sin un gesto, una
mueca, un parpadeo… Era como una instantánea. Canturreaba por lo bajinis, lo
que me tranquilizó algo. Puede observar que sus pantalones habían perdido la
raya de la plancha y que a la altura de las corvas de las rodillas presentaban
numerosas arrugas, que denotaban haber estado largo tiempo dobladas, en
posición de sentadas.
El Sr. Asensio tenía una facha que no correspondía con su
fama. El escaso y ralo pelo canoso, despeinado y alborotado. Las facciones
hundidas y de color mortecino, cuencas de los ojos muy pronunciadas y marcadas
ojeras. Estaba más bien enjuto y flaco. Por el contrario sus ademanes eran los
de una persona refinada y educada, acostumbrada a la relación social, a las
reuniones y saraos, al trato con el público. Aprecié que estaría ya cercano a
los setenta años.
Estando sumido en estas reflexiones y con la vista centrada
en un punto de su espalda, de repente y finalizada la tarea del afeitado, se
volvió bruscamente y me preguntó: ¿Y bien joven? Me levanté rápidamente pues ya
habíamos llegado a destino, el tren se paraba y había que bajar. Le dije que
sí. Tomé sus pertenencias, escasas, un pequeño maletín y algunos trajes, y me
preparé para acompañarle.
Había aceptado ser durante una temporada su ayuda de cámara,
su secretario, su acompañante, a cambio de cobijo y manutención, y así poder
salir del aislamiento en el que vivía sumido y conocer mundo, del que estaba
tan necesitado.
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