Mejor que una “peli” de suspense, oiga. Cuando parecía que las aguas estaban calmadas y en la caverna dormitaba el oso más o menos plácidamente, sale a la palestra nuestro flamante ministro de Educación, José Ignacio Wert, con una ocurrencia que vuelve a encender la polémica en la comunidad educativa nacional: la desaparición de aquella famosa asignatura que, en su momento, tanto animó los mentideros, tertulias y medios de comunicación a lo largo y ancho de nuestra piel de toro. Me refiero, claro, a la tan denostada por algunos como justificada por otros Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos.
En su momento participé en aquellos debates con algún artículo en prensa y un par de charlas en comunidades escolares preocupadas por escuchar distintas opiniones sobre el controvertido asunto. Mi posición, claramente favorable a la asignatura de marras, se basaba en mi convencimiento absoluto sobre la necesidad de una educación en valores que pueda dotar al alumnado de determinados referentes éticos de carácter universal. Sin ellos no sé a qué puede reducirse la educación, si es que estamos de acuerdo –y supongo que nadie puede dejar de estarlo- que educar es algo más -¡bastante más!- que la mera transmisión de información y conocimientos a las nuevas generaciones de niños y jóvenes.
Desde esta postura siempre estuve abierto a la participación y el diálogo. Invité a que quien quisiera me explicara en qué textos, de los aprobados por el ministerio entre las distintas editoriales, se encontraban aquellos “contenidos doctrinarios” que, al parecer, habían detectado los finos sabuesos de la Conferencia Episcopal y la derecha ultramontana, contenidos fantasmales que pronto se convirtieron en el principal caballo de batalla de la fenomenal trifulca. Nadie respondió. Entre otras cosas porque estoy seguro de que la mayor parte de los más furibundos opositores a la asignatura, no se habían tomado siquiera la molestia de leer los programas correspondientes a la misma. Es más, el Tribunal Supremo sentenció en su día que, desde el ordenamiento jurídico vigente, no había motivos para la objeción de conciencia y que, por ello, los alumnos tenían la obligación de asistir a las clases de la controvertida materia.
Pero hete aquí que el ministro vuelve a la carga y, con la misma excusa de aquel supuesto adoctrinamiento, suprime ahora la asignatura. ¡Muerto el perro se acabó la rabia! Lástima que para justificar su decisión no haya tenido empacho en citar párrafos (malos malísimos, por anticapitalistas) de un libro de la editorial Akal titulado “Educación para la Ciudadanía. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho” que nada tiene que ver con los textos oficiales aprobados para la asignatura de marras, sino que, al contrario, es un ensayo crítico –respetable pero, naturalmente, discutible- a dicha asignatura. ¿Desliz involuntario del ministro? ¿Manipulación perversa y a sabiendas intentando confundir al personal? ¿Cortina de humo para enmascarar otros problemas de mayor calado en educación, como los recortes en personal docente y de servicios, la merma importantísima en becas y gastos de funcionamiento, el aumento de tasas universitarias.., etcétera? ¡A saberlo!
Una cosa, desde luego, sí tengo clara, como creo que la tendrán quienes asistieron como yo a aquellas tristes escuelas del franquismo nacionalcatolicista; y es el verdadero y profundo significado del término “adoctrinamiento”: los rezos y cantos patrióticos obligatorios; el culto a los mártires de la “cruzada” (a los “buenos”, claro); los “miércoles de ceniza” o los “Mayos a María”; las imágenes pías presidiendo cualquier espacio escolar; las visitas a los “monumentos a los caídos” (otra vez a los “buenos”, conviene puntualizar, que los “malos”, sin nombre, se pudrían olvidados en las cunetas y las fosas comunes.., y ahí siguen la mayoría de ellos); las edificantes lecturas de la “Enciclopedia Álvarez”, “Patria”, “Fabiola” o “Símbolos de España” dedicadas a ensalzar las angelicales virtudes de los niños buenos y cristianos (mejor aún si eran falangistas, o sea, “flechas” o “pelayos”) y a vituperar a los “rojos” como encarnación de todos los vicios y maldades… ¡Eso sí que era adoctrinar! ¿O no?
Por eso me parece escandaloso que sean precisamente los herederos de aquellos modeladores de conciencias y conductas quienes se rasguen las vestiduras ante el supuesto adoctrinamiento de “Educación para la Ciudadanía” (el “libro rojo de Zapatero” llegaron a llamarle algunos…, ¡para troncharse de risa, si el asunto no fuera tan penoso!), adoctrinamiento del que, repito, estoy esperando que alguien me de una muestra concreta, esto es, citando el renglón, párrafo, página, texto y editorial donde se advierte el flagrante delito.
En realidad creo que la cosa es mucho más sencilla. Se trata, simplemente, de que quienes han tenido la patente de corso para adoctrinar, manipular y dirigir a la gente en todos los sentidos y durante tantos años –sea desde los púlpitos, sea desde otras situaciones de poder económico, político o mediático- de ningún modo están dispuestos a dejar de manejar los hilos del tinglado. Eso de “democracia”, “pueblo soberano” y otras lindezas les parecen pamplinas que no van con ellos. O sea que adoctrinamiento sí, por supuesto… ¡siempre que los adoctrinadores sean de los suyos!
¡Faltaría más!
Rafael González Jiménez (okupalima@hotmail.com)
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