En el año 2000 se cumplieron los 25
años de la coronación de Juan Carlos I ante aquellas fantasmagóricas Cortes
franquistas designadas a dedo por el dictador. Sólo tenían como misión aplaudir
y ratificar lo que los ministerios de la dictadura les enviaran. Estaban
compuestas por procuradores, no por diputados electos, y allí se podía
encontrar desde un obispo hasta un representante de Guinea o del Sahara con
chilaba antes de los procesos de descolonización tan garrafalmente llevados a
cabo. Pero nadie representaba nada elegido democráticamente.
Jurar, por tanto, los Principios Fundamentales del Movimiento como nuevo rey, ser leal a un dictador acabado de fallecer y recibir la estruendosa ovación de aquella nomenclatura podrida y abyecta no era nada para ser celebrado.
La sutil censura que padecemos permite, hasta cierto punto, publicar ciertos libros sobre lo ocurrido el 23-F con tal de que no se discutan en público. Uno de estos casos ocurrió al cumplirse el 25 aniversario de aquel golpe donde hubo un denso silencio sobre la implicación de La Zarzuela en todo aquello, sólo roto por periodistas-historiadores, dispuestos a no seguir añadiendo loas a un monarca.
La investigación judicial del 23-F distó mucho de ser ejemplar. Cuando en marzo de 1981 se inicia el juicio por el golpe de Estado de Tejero, Milans del Rosch y compañía, el general Fernández Campo hace esfuerzos denodados para que el Rey no tenga que declarar ante los jueces. Sabino convenció a los funcionarios y a los más altos representantes de las instituciones del Estado de la inconveniencia de tal acto, especialmente porque la defensa de los militares acusados de perpetrar el golpe defendían que los encausados habían actuado «por obediencia al Rey». La mayoría de los abogados defensores eran de la opinión que Juan Carlos declarara, Ello no fue óbice para que los militares de más alta graduación -a excepción de Armada- declararan que el Rey estaba informado de la ejecución del golpe y que, incluso, llegó a participar en su elaboración. Hay materia suficiente para que se termine esa patraña del rey salvador de la democracia.
Habiendo conocido al rey, sabiendo de su ligereza, los puntos de éste puzle me encajan y se resumen en la frase dicha por el general Milans del Bosch: «Yo soy monárquico -exclamaba-, pero esto no es tolerable, porque el rey nos ha engañado, porque nosotros hemos avanzado y él se ha echado atrás...». Seguramente Milans del Bosch, que había hablado de todo esto decenas de veces con Armada y éste con el rey, estaba convencido de que todo lo que decía Armada era por boca del rey, y por eso sacó los tanques a la calle.
Párrafos del libro escrito por el político nacionalista vasco Iñaki Anasagasti Olabeaga. En sus páginas se pone de manifiesto cómo se puede construir una realidad a base de reiterar unas consignas que acaban adquiriendo categoría de verdad. Y, sin embargo, la defensa a ultranza de una institución, más allá de toda crítica, puede acabar volviéndose en su contra. ¿Qué sucede cuando alguien se atreve a decir que el emperador está desnudo?
Jurar, por tanto, los Principios Fundamentales del Movimiento como nuevo rey, ser leal a un dictador acabado de fallecer y recibir la estruendosa ovación de aquella nomenclatura podrida y abyecta no era nada para ser celebrado.
La sutil censura que padecemos permite, hasta cierto punto, publicar ciertos libros sobre lo ocurrido el 23-F con tal de que no se discutan en público. Uno de estos casos ocurrió al cumplirse el 25 aniversario de aquel golpe donde hubo un denso silencio sobre la implicación de La Zarzuela en todo aquello, sólo roto por periodistas-historiadores, dispuestos a no seguir añadiendo loas a un monarca.
La investigación judicial del 23-F distó mucho de ser ejemplar. Cuando en marzo de 1981 se inicia el juicio por el golpe de Estado de Tejero, Milans del Rosch y compañía, el general Fernández Campo hace esfuerzos denodados para que el Rey no tenga que declarar ante los jueces. Sabino convenció a los funcionarios y a los más altos representantes de las instituciones del Estado de la inconveniencia de tal acto, especialmente porque la defensa de los militares acusados de perpetrar el golpe defendían que los encausados habían actuado «por obediencia al Rey». La mayoría de los abogados defensores eran de la opinión que Juan Carlos declarara, Ello no fue óbice para que los militares de más alta graduación -a excepción de Armada- declararan que el Rey estaba informado de la ejecución del golpe y que, incluso, llegó a participar en su elaboración. Hay materia suficiente para que se termine esa patraña del rey salvador de la democracia.
Habiendo conocido al rey, sabiendo de su ligereza, los puntos de éste puzle me encajan y se resumen en la frase dicha por el general Milans del Bosch: «Yo soy monárquico -exclamaba-, pero esto no es tolerable, porque el rey nos ha engañado, porque nosotros hemos avanzado y él se ha echado atrás...». Seguramente Milans del Bosch, que había hablado de todo esto decenas de veces con Armada y éste con el rey, estaba convencido de que todo lo que decía Armada era por boca del rey, y por eso sacó los tanques a la calle.
Párrafos del libro escrito por el político nacionalista vasco Iñaki Anasagasti Olabeaga. En sus páginas se pone de manifiesto cómo se puede construir una realidad a base de reiterar unas consignas que acaban adquiriendo categoría de verdad. Y, sin embargo, la defensa a ultranza de una institución, más allá de toda crítica, puede acabar volviéndose en su contra. ¿Qué sucede cuando alguien se atreve a decir que el emperador está desnudo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario