Y nunca mejor dicho. Nos encontramos en una de las mayores y más importantes zonas productoras de este bulbo en China, en Heze, condado de Jinxiang, provincia de Shandong. Es difícil encontrar palabras para definir lo que estamos viendo, que a todos, nos deja perplejos. La vista se pierde en el horizonte y por todos los lados hay plantaciones de ajo, y gente, mucha gente, laborando. Llegamos justo en el arranque de la campaña de recolección.
No hay máquinas, todo es manual. El arranque de cada planta ya madura, el oreo al aire libre, el corte, el ensacado… todo se hace a mano. Cuadrillas de hombres y mujeres casi arrastrados, faenan en el campo aplicados a la tarea. Es impresionante la actividad que hay y que a buen seguro, según avance la campaña, aumentará. Miles de campesinos y de peones, durante un mes, a lo sumo dos, se dedican afanosamente a este menester. En los caseríos, en las aldeas, en los pueblos, en el mejor de los casos, el ajo ya cortado se seca en bateas de bambú, en los peores, pierde humedad esparcido por explanadas de solares, calles y hasta avenidas asfaltadas. Alucinamos con que los suelos de las calles sean utilizados como secadero de los bulbos y que con horcas rudimentarias, vayan volteándolos.
Camionetas y vehículos de tres ruedas transportan los ajos en sacas rojas de malla, que se apilan a la puerta de pequeños almacenes, negocios y viviendas. En multitud de sitios y rincones se ven ajos ensacados, de pie en hileras, en bateas, apilados en montones organizados… Estamos, como reza el letrero de un arco monumental de obra sobre la calle principal, en el The International Garlic Center. Si no lo estuviéramos viendo podríamos haber pensado que se trata de un sistema, centro o iniciativa, organizado, moderno, equipado con instalaciones de manipulación y conservación adecuadas, que aglutina la producción y comercio del ajo –principal recurso de la zona-, pero la realidad supera con creces nuestra hipotética idea.
Esto no tiene nada que ver con nuestros sistemas occidentales de producción primaria, regulados mediante estrictos protocolos de seguridad y calidad alimentaria, que exigen el mercado y los consumidores, para garantizar alimentos sanos y trazados. A tenor de lo que vemos, el sistema chino de producción, manipulado y comercio de alimentos carece de control y seguridad. De nada vale que en algunas de las instalaciones que visitamos, y donde se va a manipular y manufacturar en pocos días el ajo, cuelgue algún cartel polvoriento que acredita que esa empresa en cuestión está acogida al protocolo de buenas prácticas Eurepgap. Seguramente será una burda copia, aunque no lo son las telarañas que lo adornan.
Seiscientos metros cuadrados es la superficie base media de un agricultor chino en la que produce ajo, cebolla, algodón, sandía, cereal… Las fértiles tierras de vega generadas por el río Amarillo y sus afluentes, son esencia como diría mi amigo Manolo, y permiten, por ejemplo, en el caso del ajo, que por metro cuadrado y una densidad de 40 plantas, se obtengan entre 20 y 40 kg de ajo, o lo que es lo mismo, entre 20 y 40 toneladas por hectárea. Esos rendimientos son impensables en nuestro cultivo, supuestamente más avanzado y tecnificado.
Si a ello le unimos miles y miles de hectáreas en producción, mano de obra abundante y barata, coberturas sociales inexistentes, tenemos un producto puesto en el mercado mundial con precios de risa, como está sucediendo ahora mismo, en los que el ajo se cotiza FOB en el puerto de Quingdao a 500 $ tonelada, es decir unos 745 € tonelada al cambio actual. Y la oferta en pura lógica, en meses venideros, seguirá en aumento de cantidad y bajando de precio.
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