Desde mitad del siglo pasado la incidencia del cáncer ha aumentado en todos los países industrializados, asunto que no puede justificarse únicamente por la mayor esperanza de vida de la población, y por lo tanto, de su envejecimiento.
Cuando se utiliza el término epidemia se hace en relación al aumento rápido del número de casos de una enfermedad, lo que en términos absolutos, no puede aplicarse en su conjunto a todos los tipos de cáncer, algunos de los cuáles se han reducido en las últimas décadas, como es el caso de los de estómago y otorrinolaringológicos. Sí se puede hablar, por el contario, de aumento de la incidencia y de epidemia, en los de mama, pulmón, cerebro, melanomas (piel) y linfomas, que siguen un patrón epidémico.
Muchas sustancias tóxicas presentes en nuestro entorno contribuyen a la aparición en un organismo de células cancerosas, y a su posterior evolución a tumor, en un proceso que se conoce con el nombre de carcinogénesis.
La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer de la OMS, indica en diferentes informes, que factores externos como el modo de vida y el medioambiente, pueden llegar a influir en un 80% de los cánceres.
El aumento del cáncer y su frecuencia en el mundo occidental desde la Segunda Guerra Mundial, son achacados por algunos investigadores, a tres fenómenos que han jugado un importante papel en su expansión:
- La utilización en nuestra alimentación de grandes cantidades de azúcar refinado, cuyo consumo se ha disparado.
- Cambios en los alimentos que utilizamos como consecuencia de las transformaciones que se han producido en los métodos agrícolas y ganaderos de obtención de ellos.
- Exposición a una gran cantidad de productos químicos de síntesis que antes no existían.
Estadísticas sobre la alimentación en el mundo occidental revelan que el 56% de nuestras calorías proceden de tres fuentes que no existían en la época de desarrollo de nuestros genes:
- Azúcares refinados (de caña, de remolacha, sirope de maíz, fructosa, etc.).
- Harinas blancas (pan blanco, pasta blanca, arroz blanco, etc.).
- Aceites vegetales (soja, girasol, maíz) y grasas hidrogenadas.
Estas fuentes carecen de las proteínas, vitaminas, minerales y ácidos omega-3 que necesita nuestro organismo para funcionar correctamente, y por el contario, alimentan directamente el crecimiento del cáncer.
El premio Nobel de Medicina del año 1931, el alemán Otto Heinrich Warburg, demostró que el metabolismo de los tumores depende en gran medida, del consumo de glucosa, que es la forma que adopta el azúcar en nuestro organismo cuando se digiere. De hecho, la prueba médica que se hace para detectar la presencia de cáncer, con el tipo de escáner llamado TEP (Tomografía por emisión de positrones), mide las zonas del cuerpo que más glucosa consumen, aspecto que muy probablemente se deba a la presencia de la enfermedad.
Mucha literatura científica señala que para protegernos del cáncer hay que consumir alimentos con índice glucémico bajo, reduciendo por lo tanto estrictamente, el consumo del azúcar procesado y de harinas blancas, entre otros. Aconsejan el consumo de pan multicereales elaborado de mezcla de harinas de avena, centeno, semillas de lino, etc., y así reducir, la asimilación de azúcares procedentes del trigo. Igualmente evitar el arroz blanco y sustituirlo por arroz integral, o por la variedad basmati. Para prevenir el cáncer se sugiere tomar verduras y legumbres (judías, guisantes, lentejas, etc.), que además de poseer índices glucémicos bajos, cuentan con potentes sustancias fotoquímicas que impiden el crecimiento del cáncer.
Los ácidos grasos omega-3 y omega-6 se denominan esenciales porque el organismo no puede fabricarlos, y la cantidad de ellos en nuestro cuerpo, depende directamente de su presencia en los alimentos que tomamos, y de lo que hayan consumido las vacas y los pollos que nos comemos. Si los animales se alimentan de hierba, la carne, la leche, los huevos presentarán equilibrio (1/1) de omega-3 y omega-6. Pero si comen maíz y soja el desequilibrio puede estar entre 1/15 y 1/40. Esta falta de equilibrio es lo que más ha cambiado en nuestra alimentación en los últimos 50 años, a favor de los omega-6, que son los causantes del almacenamiento de grasas, mientras que los omega-3, tienen que ver con el desarrollo del sistema nervioso, la reducción de la inflamación y la limitación de la producción de células adiposas.
Otro elemento que ha venido a empeorar nuestra alimentación en las últimas décadas ha sido la aparición de la margarina y las grasas hidrogenadas total o parcialmente. Las margarinas vegetales contienen aceite de girasol (con 70 veces más de omega-6 que omega-3), aceite de soja (7 veces más), etc. Determinados productos alimenticios industriales (galletas, postres preparados, patatas fritas, etc.), contienen todos grasas vegetales hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas, también llamadas trans, tratándose casi siempre de aceites de soja, de palma o de colza, que son aceites omega-6, que han sido alterados para permanecer en estado sólido a temperatura ambiente, cuando normalmente son aceites líquidos incluso dentro de un refrigerador.
Son aceites que no se estropean y son utilizados masivamente por la industria en la elaboración de alimentos que deben permanecer semanas o meses en los lineales de los supermercados. No existían hace 60 años, experimentando desde entonces, su producción y consumo una auténtica explosión.
Adaptado del libro Anti cáncer, una nueva forma de vida, de David Servan-Schreiber
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